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Margaret

Había cosas que amaba y cosas que me gustaban. A veces, sabía muy bien a lo que me refería cuando decía que me gustaba. Y, muy pocas veces sabía cuando amaba algo, o cuando amaba a una persona. Eso muy pocas veces lo había descubierto, es como si lo supiera, pero cuando lo decía en voz alta... era extraño. No sentía la emoción de decir te amo.

Lancé el balón hacía la portería y maldije en voz baja cuando supe que lo había fallado. El silbato del profesor sonó y tuve que ir a formarme de nuevo. Los entrenamientos eran los lunes, miércoles y viernes. Sin embargo, el profe Oliver siempre hacía lo que quería, era viernes.

Y, cuando toqué la cancha sentí una felicidad que nadie podría entenderla. Y, para hacerlo, tenías que sentirlo.

Está vez, en el entrenamiento, hubo chicas nuevas. Chicas de primero y unas cuantas de último grado.

—Hola, eh... ¿Tú eres Sánchez?

Giré el cuerpo, me encontré con una chica bajita y delgada.

—Si, ¿por qué?

—Ah, que bueno, te había confundido antes. El profe Oliver nos dijo que eras la capitana, sólo quería presentarme, ya sabes, para que en el partido me pases el balón.

La miré, era muy linda, muy tierna. Pero algo en su rostro se me hizo familiar, su cabello era chino y bonito, estaba sujetado por una cola de caballo alta y un listón azul.

—Te pasaré el balón depende de tu posición, pero un gusto. Me llamo Margaret, pero me dicen Magge.

Le tendí la mano, ella dudó un poco en aceptarla y, finalmente, ambas nos dimos un apretón de manos.

—Yo soy Adele, pero me dicen Ade, o Elle. Cómo quieras llamarme.

—Genial, un gusto, Adele.

Ambas sonreímos, Adele tenía una linda sonrisa.

—¡Acérquense, por favor!

Giré la cabeza, el profe nos llamaba. Adele y yo separamos las manos y caminamos hasta donde él se encontraba, me senté en el suelo al ver una chica hacerlo y todas arremedaron el gesto.

—Bien, bienvenidas a las nuevas y las que ya estaban aquí bienvenidas igualmente —empieza—: Este año es importante, se competirá contra las preparatorias y los bachilleres. Y, para eso, ganar el premio mayor de diez mil pesos.

—¿Tan poquito? —bromeé.

Todas comenzaron a reírse. El profe carraspeo.

—El dinero lo podremos compartir entre todos, si es que ganamos.

—¿Y por qué lo compartiremos con usted? —pregunté.

—¿Por qué no?

—En todos los partidos nosotras nos ponemos de acuerdo de que como se jugará, tú nunca nos ayudas.

La mayoría asintió con la cabeza.

—Esto es serio, Sánchez. Yo soy su maestro y yo las voy a ayudar. El entrenamiento terminó, pueden irse.

Todas se pusieron de pie, por mi parte, me quedé sentada.

—Oye, capitana, ¿no vienes?

—Ahora voy.

Cuando llegué a casa mi mamá estaba haciendo algo en la cocina

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Cuando llegué a casa mi mamá estaba haciendo algo en la cocina. Le llegué por detrás y la abracé.

—¿Cómo te fue en el entrenamiento?

—Bien, aunque ahora quiera dormir todo el día y el resto de mi vida.

—No digas eso, Magge, por favor.

Me separé de ella y le eché un vistazo a lo que estaba haciendo.

—¿Puedo saber cuál es la ocasión especial?

—A Regan le gusta.

Escuchar su nombre era como una patada en el rostro.

Traté de disimular que no me había enojado, dejé mis cosas sobre el sofá y me hice una coleta nuevamente. Volví a la cocina y me senté en el comedor, había un gran plato de frutas. Tomé una manzana.

—Oye, mamá, ¿cómo conociste a mi papá?

Giró un poco la cabeza para mirarme.

—Creí que jamás me preguntarías eso, tus hermanas lo preguntaron cuando tenían trece años.

—Porque ellas aún no sabían la verdad de las cosas.

Mi mamá se quedó callada y soltó un suspiro, le apagó a la estufa y se sentó frente a mí. Al verla, me entró un sentimiento, se miraba cansada y, sinceramente, un poco vieja. A pesar de todo, mamá seguía mirándose hermosa, no dudaba ni un poco que en su juventud había sido un hermosura.

Lo cierto es, que mamá parecía menos feliz.

—Nos conocimos en el trabajo, trabajamos en un restaurante de hamburguesas ahí por Sinfonía —había una sonrisa en su rostro, parecía estarlo viviendo por segunda vez—: A él le gustaba la que era mi mejor amiga en ese entonces.

Por primera vez, no dije nada, no abrí mi bocota para interrumpirla. Si vieran a mi madre contándome esto, se quedarían observando cómo estaba hablando o la forma con la que se quedaba mirando a la nada, imaginando y recordando al mismo tiempo.

—Salieron una vez, yo lo odiaba y él siempre buscaba la manera de molestarme.

—¿Por qué lo odiabas?

—Era muy creído, insoportable y pensaba que era la última Coca-Cola del desierto.

Al escuchar eso solté una risa.

—Te entiendo.

—Bueno, el punto es, que él...

Tres golpes en la puerta la hicieron callar, mi mamá soltó un aludido y se puso de pie para ir a abrir la puerta.

Se trataba de Amanda, mi hermana, estaba llorando.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora