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Margaret

—Mira, Regan, te hice atole de fresa.

Retiré el billete de la mano de la señora y observé a mi mamá y a Regan. No se que decían, no alcancé a escuchar bien lo que estaban secreteando. Pero sin duda me molestó.

—Tenga buen día —le dije a doña María.

—Igualmente, Diana, me saludas a tu mamá.

Hundí un poco las cejas.

—Mana, estás muy vieja. ¿No ves que ella es la hija de Diana? ¿No le ves los ojos verdes?

Doña María acomodó bien sus lentes y me repasó con la mirada una vez más. No hice nada más que sonreír.

—¡Ay, padre eterno! Perdóname, mi niña, es que estás igual a tú mamá... y a tu abuela.

Doña Fryda soltó una carcajada.

—Dile a tu mamá que gracias, que se cuide mucho —dijo.

Asentí con la cabeza y ambas salieron, charlando sobre lo parecida que era con mi abuela.

Pero recordar a la abuela no siempre era bueno. Por ejemplo, cuando falleció, fue la peor noticia que alguien pudo haberme dado en ese momento. Recordar a la abuela era bueno, pero siempre me dolía recordar que ella no estaba conmigo.

Sacudí la cabeza y me percaté de que Regan se había acercado.

—Siento que tu mamá me ama más que a ti.

—Pues tal vez sea cierto.

Me salí del mostrador y fui afuera. El señor de las aguas pasaba exactamente a las 3:40 de la tarde y me gustaba comprarle agua de coco. Mi favorita.

—Oye... ¿si vas a poder ir mañana?

Le tomé al agua de coco y lentamente enfoque mis pupilas en los ojos café de Regan.

—Pues si, idiota. ¿Pensabas que te iba a dar el placer de no ir?

—Yo quiero que vayas.

Estuve a punto de responder a su insulto, pero lo que había escuchado había sido otra cosa. Todo menos un insulto. Cerré la boca, confundida. Incluso Regan se había quedado callado.

—Porque claramente tú y los demás harán el trabajo, yo solo pondré mi casa.

Suspiré, por un momento, me había entrado el nerviosismo.

No, si estás nerviosa.

No, claro que no, nunca.

—Ay, querido. Que equivocado estás, si no haces nada, ni escribir el título —chasquee los dedos—, así te vas de mi equipo. ¿Me oíste?

No dijo nada, se limitó a encogerse de hombros. Y, a continuación, se acercó de una zancada a mí.

—Ya quisieras que fuera tu querido, Margarita.

Me empujó el hombro y se fue caminando como si nada.

Si, odiaba que Regan me dejara con la palabra en la boca.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora