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Regan

Cuando llegué a la escuela llegué con una sonrisa y saludando a todos.

No sé cuál era el motivo de mi felicidad, pero prefería mantenerlo en secreto.

Incluso, me importó un bledo haber sacado un cinco en las materias y, eso sumaba puntos extras a mi vida adolescente. Así que no me preocupé.

—Buen días, Margarita.

Margaret ni siquiera me miró, llegó a sentarse a su asiento y me ignoró. Alcé un poco las cejas, y decidí ignorarla.

No iba a arruinar mi felicidad.

En pocas palabras, Margaret estaba muy molesta. No se movió de su butaca en todas las clases más que para ir al baño, se puso a escuchar música y no hicimos nada del trabajo en equipo cuando nos tocó Geografía. En realidad, me parecía extraño y... estaba preocupado.

Eche un vistazo al salón para comprobar que estaba ahí. Sin embargo, antes de entrar, me detuvieron. Se trataba de Ignacio.

—Toma, lo debido es deuda —me entregó unas llaves. Al instante, divisé a dos personas detrás de él.

Esbocé una sonrisa maliciosa, Joseph y Les se estaban besando inadecuadamente apoyados en el balcón. Vaya, está vez, Joseph se había tomado muy en serio lo de conquistarla.

Le acepté las llaves a Ignacio.

—Te lo dije —me encogí de hombros y entré al salón. Margaret escuchaba música mientras comía de su almuerzo.

Me dejé caer en el asiento delante de ella. Observé su almuerzo, había enchiladas verdes y aún lado manzana y zanahorias.

Le robé una zanahoria.

Margaret no dijo nada.

Dejé caer los hombros y miré a todos en el salón, revisé la hora en mi reloj de mano. Apenas eran las nueve y media. Solté un chasquido.

Una idea se me cruzó por la cabeza y giré la cabeza para mirarla.

—¿Tienes algo importante que entregar hoy?

No me respondió, así que le quite un audífono, a lo que ella respondió con el rostro enojado y su gesto de enfado.

—¿Tienes algo importante que entregar hoy?

—Estamos en evaluación, es importante incluso venir —respondió, de mala nada.

Pasé la lengua por el interior de mi mejilla.

—¿Te gustaría romper las reglas?

Me miró una vez terminé de decirlo.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, tienes que estar dispuesta a confiar en mí.

—Sabes que no lo haré.

—¿Quieres hacer algo loco si o no?

No me respondió al instante, se limitó a mirarme fijamente sin emitir un solo ruido. La música que estaba escuchando en sus audífonos alcanzaba a escucharse, pero no le tomé importancia.

Simultáneamente me pregunté qué es lo que estaría pensando, que había en esa enorme cabeza que tenía. Y, ¿por qué me miraba de esa forma? Desvíe un momento los ojos al sentirme intimidado por sus pupilas verdes.

—Está bien, está bien.

Sonreí enormemente. Lo siguiente que hice fue pedirle que guardara todas sus cosas, mientras lo hice guardé las mías en mi mochila y ambos salimos del salón antes de que tocaran el timbre para dar a la siguiente clase.

Me pareció extraño que no me dijera nada por estar dándole órdenes.

Eso solo me hacía pensar una cosa, ella estaba mal. Había pasado algo.

—¿A dónde vas? La entrada está por allá.

Solté un bufido.

—¿Piensas que no tendremos un poco de adrenalina?

Tiré de su mano para conducirla a un atajo. Nuestra escuela llegaba hasta el cerro y podríamos escaparnos. Además, no iban a dejarnos salir tan temprano.

—Dame la mano —me dijo.

—Lo siento, manos llenas —dije la línea de una película. Al final se la pasé.

Mientras caminábamos calle abajo me pregunté de dónde era lo que había dicho.

Pero todo se me olvidó cuando ví a la moto de Ignacio estacionada donde siempre la dejaba: pegada a un póster de luz con su respectiva cadena. Se la mostré con ambas manos al tiempo que le lanzaba las llaves de la moto.

—¿Te gustaría dar un paseo en mi super moto?

—¿Qué? ¿Te la robaste?

—No.

—¿Sabes manejarla?

—Como un profesional.

—Pues yo también.

Fruncí el ceño.

—¿Sabes manejar motos?

—Uf, si, el ex de mi hermana tenía moto y me enseñó a manejarla.

—Dame las llaves, voy a manejar yo.

Soltó una carcajada.

—Sobre mi cadáver, Regan.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora