CUANDO TE AMÉ EN OTOÑO

12

Regan

Margaret y yo apenas nos hablamos en todo el tiempo que estuvimos trabajando.

En otras palabras, parecía molesta, muy enojada por cosas que no sabía y, aunque yo también estaba un poco molesto. Lo podía disimular, Margaret no.

Hablando de cosas buenas, había aprendido a hacer un ramo sencillo. Había atendido gente y ellas me habían respondido con «qué muchacho tan guapo» o «Diana, con este muchacho atraerás más clientes». Lo admito, esos pequeños comentarios me subían más el ego.

Me quité el mandil, Viento seguía reproduciéndose en los altavoces. Esa canción me gustaba, pero... ¿Escucharla todo el día? A veces, era algo insoportable.

Pude darme cuenta de que Margaret también se iba.

—Regan, ¿podrías acompañar a Margaret a qué tome el autobús acá en la esquina?

—Mamá —se quejó.

Me puse la mochila.

—Claro.

Unos minutos más tarde, ambos caminábamos hacía la parada de camiones. Margaret miraba el suelo, todo estaba demasiado callado. Miré por todos lados y, al otro lado, en la banqueta, había un grupo de chavos secreteando y mirando a... Margaret.

—¿Puedo saber que tienes?

No me miró.

—¿Te importa?

—No, es solo que el silencio me molesta.

Creí que diría algo sarcástico, no lo hizo.

—No tengo nada, estoy bien.

Seguimos caminando, solté un suspiro.

—¿Y desde cuándo tienen esa florería?

—Era de mi abuela.

—Ya.

Margaret volvió a quedarse callada.

—Agh, que molesto cuando estás callada.

—Oye, ¿a ti qué te importa? —se detuvo. Mirándome con rabia.

—Oh, mírate. Eres Margarita, Margarita.

—¡Deja de llamarme así!

—¿Cómo, Margarita?

Me dió un puñetazo en el hombro.

Se lo devolví, pero yo le pegué en la frente.

—¡Pareces un niño!

—Y tú pareces una Margarita.

—¿Sabes que? Vete, no quiero que me acompañes.

Me empujó logrando que cayera al suelo.

—¡Oye, tú!

Margaret siguió caminando sin siquiera voltear a mirarme.