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Margaret

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Margaret

Cuando mi papá recordaba que era padre y llegaba por nosotras para que nos quedaremos en su casa era terrible y una pésima idea. Es decir, el solía venir por nosotras cada fin de semana para estar con él. Sin embargo, con el paso de tiempo, él dejó de venir y ahora lo veíamos una vez o dos al mes.

Y, ciertamente, tanto como a mí y a Lili no nos importó. Considerando que toda nuestra vida hemos vivido con mi mamá y, porsupuesto, nos hemos acostumbrado a vivir con ella toda la vida. Siendo honesta, ir a casa de mi papá era como ir a un hotel con mala servidumbre.

Para empezar, él ganaba buen dinero.

Dejé escapar un suspiro cuando mi papá aparcó el auto. Tuve que seguir a Lili después de que ella me diera un golpe en el brazo. La casa de mi papá se encontraba en un vecindario privado en Diamante. No me gustaba viajar hasta acá, no había tiendas cercas.

Entramos a la casa y, cuando mis oídos escucharon voces, me puse nerviosa y no quise entrar.

—Saluden, son mis amigos. —Nos dice, como si fuéramos tan irrespetuosas como para no saludar.

Había dos señores gordos, con barba gris y una cerveza en mano. Más aparte, estaban sus esposas hablando con tanta confianza como si de hermanas se tratara. O, quizás, ¿lo eran y se habían casado con ellos? Realmente no quiero verme así nunca.

—Mis hijas, Lili y Margaret.

—Un gusto.

Yo solo les sonreí y les di la mano a todos.

—Wow, están muy grandes. Recuerdo cuando estaban pequeñas y andaban dando vueltas por toda la casa —dijo, el hombre llamado Luis.

Ni siquiera los recordaba.

—Yo te cambié los pañales, Lili —le dice la esposa de Luis.

Lili asintió con la cabeza fingiendo una sonrisa.

En vez de quedarme ahí, hablando con esas personas. Preferí subir a mi cuarto a dejar mis cosas y tumbarme todo el día ahí. Cabe destacar que había convencido a mi papá de darme un cuarto para mí sola. Lili y Amanda eran las que compartían cuarto, no obstante, era más de Lili que de Amanda, puesto que ella se había ido a vivir con alguien más.

Abrí la puerta de mi habitación y encaré una ceja al encontrarme con un muchacho.

—¡¡Papá, hay alguien en mi cuarto!! —grité.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora