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Regan

Miré desde el otro lado del salón, ahí estaba. La enorme cabeza de Margaret riendo con su amiga y esto era imposible. De ninguna manera iba a cambiarme de salón, ella era quien debía irse de una vez. ¡Llegué primero!

—Mañana quiero que se acomoden por número de lista en los asientos, por favor. Tengan un buen día.

La maestra salió del salón, ya eran las nueve y media. El timbre había sonado y eso significaba que la hora del recreo había empezado. Me giré hacía Joseph y Dani, ambos escribían en sus libretas como si sus vidas dependiera de ese apunte. Pero los dejé, digo, ellos siempre empezaban bien, eran listos y entregaban las cosas a tiempo.

Se descomponían nada más cumplir el mes.

—Maldita sea, esta vieja nos hará examen —se queja.

—Empezando mal el semestre.

Dani se puso de pie y salió del salón sin decirnos nada. Joseph y yo nos miramos entre sí un poco confundidos. Ambos salimos detrás de él.

—Epa, ¿por qué te vas tan rápido? Ni siquiera nos esperas.

—No tengo porque hacerlo —dice, con un tono soberbio y se va caminando.

Joseph y yo detenemos el paso y lo vemos marcharse. Formé una mueca con los labios al igual que Joseph. ¿Qué le pasaba? O, ¿cuál era el problema que había? Me encogí de hombros y volví al salón.

—¿Qué tendrá?

—No tengo idea, pero si piensa que le voy a rogar está equivocado.

—Regan, es nuestro mejor amigo.

Joseph me tapó el paso, miré por un lado.

—Ya se le pasará.

—Regan...

Le pasé por un lado y entré al salón, mi querida víctima se encontraba comiendo no sé qué. Llegué a donde estaba, me senté en la banca a un costado de ella y le quité lo que sea que estuviese comiendo. Antes de hecharmelo a la boca un olor intenso a perfume me inundó la nariz.

Olía a vainilla.

—¡¿Qué te pasa, Regan?! ¡Devuelvemelo!

Esquivé su mano.

—Oye, este sándwich es delicioso —digo, con la boca llena y una sonrisa.

El rostro de Margaret era un cuadro.

—¡Es mi comida! ¡No tienes porqué estarla agarrando!

Me alejé con lentitud.

—Rico sándwich, Margarita.

—Vete a la verga.

Me sacó el dedo de en medio.

Por mi lado, salí del salón y sonreí aún más al encontrarme con Vanesa. Ella me dio un beso en el cachete.

—Sigo sin creer que hayas conocido a mis papás y les hayas caído bien.

Me encogí de hombros.

—Mis encantos son especiales.

—Que creído, por cierto... mi mamá dice que eres muy guapo.

—Bueno, en eso no se equivoca —le guiño un ojo.

Vanesa se quedó mirando el sándwich que me estaba comiendo.

—¿Es una broma? ¿Tú trayendo comida a la escuela?

—No, claro que no. Este... es de una amiguita.

Me quedé mirando el sándwich. Vanesa frunció el ceño, y finalmente se encogió de hombros.

Más tarde en las clases, me di cuenta que Dani estaba realmente molesto. Y, para ser honesto, él nunca solía enojarse. Era como un risueño de primera, le gustaban las bromas y, aunque era algo tímido, siempre nos sacaba una risa a mí y a Joseph.

Me pregunté en todo el día que le habría pasado para estarse comportando de esa manera tan distante. Además, mientras Joseph trataba de hablarle, él simplemente le respondía sin mirarlo y yo no le hablaba. Quiero decir, ¿por qué le hablaría? Era él quien se enojaba solo, no yo. No era mi problema si quería estar así.

—Oye, Dani, ¿qué tienes? —le pregunté, mientras el maestro dictaba.

—Nada —respondió, serio.

—Hay, por favor, sé que estás molesto, pero...

—Sht, me desconcentras.

Apreté los dientes y volví a mi libreta, apenas me había alcanzado para escribir el título.

—Dani, hablo en serio, ¿qué chingados tienes?

—Silencio, por favor.

El grito del maestro me hizo mirarlo.

—Daniii...

—¡Regan, cállate! —me susurró— ¿Por qué no te preguntas qué hiciste tú?

—¿Yo? ¿Y se puede saber porque?

Dani dejó de escribir para mirarme.

—Fuiste tú el que no me invitó a su estúpida fiesta.

—Agh, Dani, eso fue imprevisto. Jos y yo...

—Ahora ya no me interesa, ¿sabes siquiera cómo me sentí? Me sentí fuera del grupo. Como si mi opinión no valiera nada. Fue un golpe bajo Regan, y lo sabes.

Me quedé callado un momento.

—Oye, Dani, mira... La fiesta fue horrible, ni siquiera fue oficialmente. Haré una mejor y tú estarás invitado, lo prometo.

—No fue el hecho de que haya sido fea, fue que me excluyeron.

—Dani...

—¡A ver tú, el de haya!

Miré al profesor, puta madre, me estaba mirando a mi.

—¿Yo? —dijo alguien más.

—No, el chino.

Me señalé.

—Si, tú. Salte de mi clase, te estoy viendo desde hace rato y no te para el hocico.

—Bueno, eso es porque tengo.

—¿Cómo dijiste?

—Que eso es porque tengo.

—Dime tu nombre completo.

Maldije en voz baja, se lo di y, para mí gran suerte, me bajó un punto en calificación final. Miré a Margaret, estaba sonriendo.

Hija de la chingada.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora