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Regan

Vanesa y yo habíamos estado distanciados está última semana.

Dani y yo estábamos pelados.

Y Margaret... era Margaret.

Llegué al salón tan tarde como siempre, ubiqué a Joseph sentado hablando con una chica que estaba sentado enfrente de él. Me acerqué a ellos y, cuando estuve al frente lo miré con una cara de pocos amigos.

—¿Por qué no me apartaste lugar?

Mis ojos se enfocaron en los ojos de la chica sentada, era linda. Sin embargo, al mirarme, frunció el ceño, formó una mueca y se puso de pie. Sacudí la cabeza.

—Bueno, yo intenté apartarles lugar, pero la jefa de grupo nos acomodó por número de lista. Se supone que yo voy aquí.

Maldije en voz baja, la maestra... Maldita sea, ella nos dió la última clase el lunes, después de ahí, no habíamos tenido otra. Bueno, hasta ahora.

Suspiré y me di la vuelta en busca de Daniel, siempre iba detrás de él. O, bueno, quizás está vez no. Pero podría guiarme si lo encuentro. Fue entonces cuando localizé su rostro mirando el celular, desde aquí podía notar su mal humor. Y, creo que me culpaba por eso.

El asiento de atrás estaba desocupado, supuse que ese era mi lugar. Fui deprisa y dejé mi mochila encima, pero no contaba con que alguien más quería mi lugar.

—No puede ser —masculló.

—Buenos días, mi linda Margarita.

Puso los ojos en blanco.

—Huevos, Regan, Huevos.

Quitó mi mochila tirándola al suelo en el proceso.

Me molestó su estúpido acto.

—No, está vez no, Margaret —espeté—: Ya tengo suficiente con verte en el maldito trabajo y tenerte en el salón y en la escuela. Aquí me siento yo, ¿ves a Daniel? Es Rivera, sigo yo...

—No me hagas reír, idiota. La que sigue soy yo. Así que hazte a un lado.

Puse los ojos en blanco.

—¿Me vas a empujar? ¡Ay, mira como tiemblo!

—Oigan, creo que...

—Regan, estoy hablando muy en serio. Apártate de mí maldito camino.

—No, la que invade el terreno eres tú. Tú y tu enorme trasero.

Bueno, en eso no mentía ni un poco.

—¡No estoy de humor para lidiar con tus pendejadas!

Sonreí sin darme cuenta.

Lo siguiente que hice fue sentarme en la banca y tirar su mochila.

Margaret enrojeció, su piel morena se volvió roja.

—Te odio —gruñó.

—Y yo a ti —le guiñé el ojo y pasé mis manos detrás de la nuca.

—¡Oigan!

Ambos miramos a la chica de estatura promedio.

—Regan tu asiento es el de atrás, vas después de Margaret Sánchez Flores. Sus pinches gritos se escuchan afuera y ya le dijeron a los profesores. Si no se aplacan van a venir y los van a reportar. O, peor, citatorio.

Se dió la vuelta sin más. Apreté los dientes.

—Quítate.

—No.

Margaret ladeó la cabeza.

—Que. Te. Qui-tes.

—Sígueme rogando, Margarita.

Creí que seguiría diciéndome sus cosas.

Jamás creí que lograría hacer que cayera al suelo con todo y banca.

Jamás creí que lograría hacer que cayera al suelo con todo y banca

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