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Regan

Quería irme a casa.

Odiaba que Margaret me estuviese enseñando.

Odiaba que Margaret lo supiera todo.

Pero me había dado cuenta de una cosa.

Me gustaba molestar a Margaret.

No sé, de algún modo verla enojadisima por cosas que le hacía me subía el ego. Es decir, hacía tiempo que no la veía. Y, de algo estoy seguro, estos años habían sido espléndidos sin su presencia. Pero volver a verla me hizo recordar un montón de cosas, ella odiaba, detestaba que la llamara Margarita.

Y, mierda, yo amaba llamarla así. Ver cómo arrugaba su nariz o rodaba los ojos, era tan gracioso.

—Envuelva las flores con el papel...

Decía la señora del vídeo, me había puesto a ver tutoriales en Youtube sobre cómo hacer arreglos florales sencillos y fáciles mientras no había clientela. Entonces, justo cuando las envolvía, Viento de Caifanes comenzó a sonar en los altavoces que había en la florería.

Mi mirada recayó en Margaret, miraba el celular y sonreía. Me quedé mirandola un momento.

—Oye, tú, ¿por qué esa canción lleva repitiéndose desde hace horas?

Ni siquiera parpadeo. No se inmutó.

Margarita.

Margaret dejó de mirar su celular para enfocar sus fuertes ojos verdes en mí.

—¿Qué chingados quieres? —espeta.

—Oye, tampoco me hables en ese tono —subí una mano al pecho—: Puedo morir de infarto por tu tono de voz tan desagradable.

—Estas de suerte, mi tono de voz siempre es desagradable.

Sonreí irónicamente.

—Te pregunté porque esa canción siempre se repite.

—¿A ti que te importa?

—Fue una simple pregunta doña chillona.

—Doña chillona tu...

—¿Tú que, Margarita?

—Tú chingada madre, Regan.

La señalé.

—Te pasaste.

—¿Vas a llorar? ¿Y me dices chillona a mi? Oww.

Hizo gestos de lágrimas y me sacó el dedo de en medio.

Si, y yo odiaba que Margaret me dejara callado.

En eso, doña Diana salió de la bodega con los guantes llenos de tierra, me miró con una media sonrisa.

—Regan, creo que ya deberías irte. Solo por hoy trabajas de ocho de la mañana a doce la tarde. Mañana podrías llegar junto con Margaret de la escuela y podríamos...

—No, eso no pasará.

—No, definitivamente no.

Doña Diana suspiró, yo comencé a quitarme el mandil.

—Bueno, podrías llegar de la escuela y ponernos de acuerdo en cómo trabajarás. No tengo problema en que faltes, pero si vas a trabajar aquí me gustaría que fueses responsable.

—Claro que si, lo que usted diga.

—Otra cosa, también, si puedes, estaría mejor que solo trajeras una camisetita negra sin mangas. Ligera para que no manches tu uniforme.

CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora