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Regan

—¿De verdad te tienes que ir? —le preguntó Adele.

Mamá le acarició el hombro.

—Si, pero voy a hacer lo posible por llegar lo antes posible. Lo prometo.

Mamá le dió un abrazo, le dijo algo que no alcancé a escuchar y finalmente se volvió hacía mi, me dió un fuerte abrazo y me dijo:

—Cuidense mucho, no le des las llaves de la casa a tú papá. ¿Oíste?

Asentí con la cabeza y la abracé.

Mamá se despidió de mis primos y salió de la casa junto con mi tía Jenny. Quien la llevaría al aeropuerto para ir directo a Ciudad de México y después a Canadá.

En cuanto a nosotros, íbamos a quedarnos en la casa de mi tía mientras ella estaba fuera de casa. Y, por si no lo había dicho, tía Jenny era hermana de mi papá, pero ambos no tenían una buena relación.

El lunes en la escuela llegué malditamente estresado, ya iban a ser las evaluaciones y no estaba tan seguro de tener el diez que había jurado que tendría. De hecho, ni siquiera me había preocupado, había preferido ser feliz antes que hacer la tarea.

—Te extrañe, amiga —le dije a Margaret.

Margaret no me miró ni tampoco respondió a mi comentario. Algo de lo que ya estaba más que acostumbrado.

—Oye, ¿me pasas los trabajos de psicología?

—Y, dime, ¿por qué te los pasaría?

Cruzó los brazos, mirándome fijamente con esa mirada.

—Porque eres tan linda que ayudarás a una pobre alma en desgracia...

—Que está a punto de reprobar.

—No, solo me faltan como dos trabajos —mentí.

Margaret soltó una risa áspera y se sentó; ignorandome.

La maestra llegó segundos después, está vez, nos tocaba Geografía y, la verdad, esa clase me aburría por culpa de la maestra. Así que, mientras ella dictaba un montón de cosas preferí hacer todos los trabajos atrasados que tenía.

—Esto va a ser en equipo, en dos, por favor. Los veo la próxima clase.

—Puta madre.

Joseph, Dani y yo compartimos una mirada cómplice. Dani asintió con la cabeza, siguió Joseph y, al final, seguí yo. Cada quien comenzó a buscar con quien hacer el mugroso trabajo. Era algo que habíamos decidido empezando a hacer segundo que fue cuando entré a esta escuela.

Cuando nos tocara hacer equipo de dos, los tres tendríamos que buscar a alguien más. Era juntos, o nada.

Ellos encontraron pareja de inmediato, por mi lado, me preocupé por las tareas que me faltaban y seguí escribiendo. Más tarde podría encontrar con quién hacerlo, no era mi prioridad, sinceramente.

—Regan.

—¿Mmjm?

—Regan.

—¿Qué?

—¿Tienes equipo?

—¿Por qué? ¿Tú tienes?

—¿Por qué crees que te estoy preguntando, idiota?

—Oye, oye, no me hables en ese tono.

—¿Tienes equipo si o no?

—Que no, burra.

—¿Quieres hacer equipo?

—¿Me vas a pasar los trabajos de psicología?

—¿Vas a hacer lo que yo te diga?

Ni siquiera lo pensé.

—Claro que sí.

Le tendí la mano. Margaret la miró, puso los ojos en blanco al tiempos que estiraba su mano aceptando mi saludo.

Pero no contaba con algo.

Aproveché que nuestras manos estaban unidas para tirar de ella y juntar nuestros labios.

Y reaccionó como esperaba: se apartó de un saltó y se molestó.

—¡QUE ASCO, REGAN! —chilló como loca.

—Es para cerrar con broche de oro —dije, entre risas.

Margaret se puso de pie limpiándose la boca con el borde de la playera de la escuela. Me golpeó el hombro con fuerza y salió del salón hechando humos por la cabeza.

—¡Ay, no seas Margarita! ¡Fue un juego!

Estallé a carcajadas y salí detrás de ella.

Si, valía la pena molestarla.

Si, valía la pena molestarla

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CUANDO TE AMÉ EN OTOÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora