Capítulo 56

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Fey Le Brune

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Fey Le Brune

Neli me hablaba, pero su voz era como un eco. Parecía opacada por el dolor muscular y el zumbido de mis oídos. El cuerpo me ardía y mis ojos tenían la ligera necesidad de cerrarse. Luchaba sobre esa cama por no ceder ante el veneno que Ezra me había inyectado. Pero qué maldito. Mis manos arrugaron las sábanas blancas y mis pies se retorcían junto a mi cuerpo. El ardor que sentía en mi sistema era mucho peor que aquel dolor de pecho que tenía al principio de la guerra. Neli me tomó de la mano con fuerza y, a pesar de no escuchar sus palabras, sabía que me estaba dando aliento para que no me desmayara. Su rostro contraído me lo dejaba bien claro.

Poco a poco me levanté de la cama e intenté estar en pie. La cabeza me daba vueltas y hubiera pensado que las alucinaciones ya habían comenzado si no hubiese sido porque yo misma sentí las raíces del Ílino enredarse en mis pies hasta mis rodillas como si fueran botas. Estaban absorbiendo el veneno y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban completamente enrolladas sobre mis brazos. El dolor y la agonía se detuvieron, también el cansancio. Por fin escuchaba a Neli diciendo mi nombre. Inhalé y exhalé profundamente. Neli me observó de pies a cabeza en completo silencio. Lentamente agachó su cabeza y me entregó la vaina que aquel niño muerto me había regalado fuera de la cúpula de Ezra. Dentro de ella había una espada delgada y bien afilada con el mismo símbolo que llevaba la vaina hecha del mismo material que la rama dorada que Eliette me había dado. Neli se mantuvo en silencio y no alzó la cabeza hasta que yo tomé la vaina. Su corona de flores doradas brilló ante mí y su mirada estaba llena de admiración y fascinación. Sabía que lo que sea que Neli veía en mí, era aquello para lo que mi madre siempre me estuvo preparando.

—Prometo proteger tu legado, Hija Dorada.

Neli alzó la mano y con un par de movimientos delicados con sus dedos, abrió las puertas de la cúpula. El humo, el caos y todo aquello que siempre quise evitar estaba frente a mí. Desde el interior de la cúpula me daba cuenta de la batalla de sangre que estaba ocurriendo en Arahnova. Mi caballo esperaba por mí al igual que la fuente marchita.

Asher Spsinter

La magia que escondía Kermann cayó y con ella la lucha por lo correcto empezó. Avanzamos tanto como pudimos hasta llegar a la muralla de Arahnova. Guíamos a los caballos hasta las praderas, sin embargo, les dimos un tirón para detenerlos en seco. Una manta negra y grisácea cubría la pradera que alguna vez fue verde. De las excavaciones salía un líquido negro que apestaba y burbujeaba. Ya no había ningún soldado cuidando la fuente.

—No es posible...

—La pradera no estaba así la última vez...

—Es el Ílino —respondió Reika—. Terminó de marchitarse y ahora está consumiendo la vida que lo rodea.

Mis nudillos estaban blancos y los dientes comenzaban a doler por la fuerza con la que apretaba mi mandíbula.

—¿Cuál es el plan para detenerlo? —indagó Raven.

Lluvia de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora