Epílogo.

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Tres meses después...
Londres, Inglaterra.

Simón.

—¿Te sientes bien?—Siento los labios de Rosalie besar mi espalda, acariciando mi pecho mientras yazco acostado de lado en nuestra cama.

—No, me duele la cabeza como si me fuera a explotar—me quejo—. Me siento cansado.

—Mierda, agápi mou, lo siento muchísimo. —Besa mi cuello y cierro los ojos, disfrutando de sus labios y las cálidas manos que recorren mi pecho con suavidad—. Creo que te contagié.

—¿Cómo?—Frunzo el ceño, mirándola sobre mi hombro—. ¿Cuando te enfermaste?

—Hace un par de días, pero no te diste cuenta porque fue esa vez que tuve que quedarme en la central por el trabajo—explica y yo me doy la vuelta, atrayéndola a mis brazos—. Lo siento, debí tener rastros de ello para cuando volví a casa y te contagié.

—No pasa nada, se me pasará. —Beso su frente y gimo cuando comienza a acariciar mi espalda—. Eso se siente increíble, preciosa.

—¿Si?—Ríe, escondiendo su rostro en mi pecho mientras sigue acariciándome—. Voy a buscar medicina y algo de fruta para que comas, eso te ayudará.

Asiento, soltándola de mala gana.

Mis ojos recorren su cuerpo cuando se levanta y no puedo evitar que se me ponga dura al verla con ese camisón dorado que resalta su belleza.

Estos últimos tres meses no han sido nada más que plenos. Llenos de tranquilidad y felicidad en nuestro matrimonio, del que hemos disfrutado en todo momento y en cada jodida parte de nuestra casa.

Rosalie entra al baño y yo respiro profundo, sin poder sacarme de la cabeza lo radiante que se ve desde hace ya un par de meses. Más de lo normal, me refiero.

Ahora es más feliz, sonríe más y disfruta más de cada momento. Y no me molesta atribuirme parte del crédito de eso.

—¿Rosie?—la llamo y ella sale del baño con un par de pastillas en su mano.

—Dame un segundo, buscaré la fruta. —Me lanza un beso antes de salir de la habitación, dejándome con las palabras, que he estado pensando estos últimos días, en la boca.

Necesito decirlo o voy a jodidamente ahogarme con ello. Pero la duda me asalta cada vez que pienso en decirlo, el miedo de soltarlo y que a ella le afecte de alguna forma a pesar de que ha demostrado ser muy fuerte.

Sé que es fuerte. Mi mujer es la más fuerte que he conocido; es la misma que ha derramado sangre y lágrimas por los suyos, que una vez me salvó de ese maldito secuestro.

No me olvido de eso. Ella fue jodidamente inteligente, dando incluso más de lo que esperaban de ella.

Lo que hizo ha sido escuchado cientos de veces en cada pasillo de la central. La adoran, la admiran por lo que hizo y la forma en que logró vencer a nuestro mayor enemigo, al que ni siquiera toda la FEMF había podido hacer caer. Pero ella lo logró sin ayuda, con sus propios recursos y demostrando que ella mueve el juego de la forma que a ella le place.

Y jodidamente voy a adorarla el resto de mis días porque la amo, porque es fuerte y valiente, porque es mía y sin ella no seré más que la sombra de lo que soy ahora.

—¿En qué piensas?—pregunta cuando entra a la habitación y respiro profundo. Su ceño se frunce—. ¿Qué pasa?

Mis ojos vuelven a recorrerla de arriba a abajo. Sus pechos llenos, más que hace tres meses, sus caderas ligeramente más anchas, su cabello resplandeciente y ese brillo en sus ojos que nunca se va sin importar lo estresada o malhumorada que esté y que la hace ver... increíblemente hermosa.

—¿Tienes algo qué decirme?—pregunto y ella levanta las cejas.

—No, ¿por qué?—Niega y mi pecho se aplasta.

Suspiro.

—Ideas mías. —Me siento y tomo el tazón de fruta que me ofrece—. Gracias.

—Oye, ¿por qué esa cara decaída?—Sube a la cama conmigo y acaricia suavemente mi mejilla mirándome con preocupación—. Puedo ver que quieres decir algo, Simón. Habla conmigo.

—Nada, solo creí algo que resulta ser solo cosa de mi cabeza. —Suspiro y ella besa mi mejilla, haciéndome sonreír—. Voy a contagiarte...

—No, no lo harás. —Ríe, robándome una fresa que mastica antes de dejar un casto beso en mis labios—. ¿Te explico porqué?

—Vaya, ya que te graduaste de medicina—bromeo y ella rueda los ojos, pero la sonrisa no se va de sus labios—. Explícame, esposa, ¿por qué razón no puedes contagiarte?

—Porque mis síntomas son los tuyos—dice y frunzo el ceño confundido—. Esa enfermedad que duró un par de días... no es una enfermedad—explica—. Son síntomas de embarazo, porque tengo tres meses y una vez mis síntomas desaparecieron tú comenzaste a tenerlos.

Parpadeo.

Mi cabeza da tantas vueltas que me cuesta un poco conectar con mi cerebro y entender el punto de sus palabras.

—Mierda. —Dejo el tazón en la mesa de noche antes de mirar a Rosalie, que sonríe más de lo que lo ha hecho nunca—. ¿Estás embarazada?

Asiente.

»Joder, ¡lo sabía!—La tomo de la cintura para cargarla y ella ríe, envolviendo sus piernas en mi cintura mientras yo dejo besos en sus labios—. Mierda, preciosa, hace semanas que lo sospecho y no quería decirlo por si eso te entristecía...

—Pasó lo que tenía que pasar, Simón. —Toma mi rostro entre sus manos—. Nuestro primer bebé está en un mejor lugar, y ahora tenemos que concentrarnos en el que viene en...—Respira profundo— seis meses aproximadamente.

Entonces tiene tres meses.

Desde...

»Deja de sonreír tan victorioso, idiota. —Golpea mi pecho y yo río—. Me embarazaste en la luna de miel. Bien hecho. ¿Quieres que acaricie tu ego?

—No, porque yo quiero acariciar el tuyo ahora. —La beso, dándonos la vuelta para recostarla sobre la cama—. Te amo, joder.

Ella sonríe sobre mis labios y yo deslizo mis manos por su cuerpo, finalizando al posar una sobre su vientre aún plano.

»Eres increíble, preciosa. Y no solo por llevar a este bebé después de lo que pasó. —Beso su frente—. Eres fuerte, decidida... mi mujer invencible y voy a pedirle a dios cada noche a partir de hoy para que nuestro hijo herede tu fuerza, tu espíritu guerrero.

—Y yo quiero que tenga tu bondad. —Rodea mi cuello con sus brazos, permitiéndome apoyar mi frente en la suya—. Quiero que tenga tu corazón que es capaz de amar sin límites. —Acaricia mi nuca con los ojos humedecidos—. Quiero que sea tuyo y mío en todas las formas posibles.

—Te amo, Rosalie. —Beso sus labios una, dos y tres veces antes de acariciar sus labios con mi lengua.

Ella se abre a mi, permitiéndome acariciar su lengua con la mía. Permitiéndome llevar el beso con lentitud, disfrutando de la sensación que se extiende por mi pecho cada vez que la beso, disfrutando del amor que fluye a través de mi cuerpo por ella cada día.

Me separo de sus labios, besando su mejilla, bajando por su cuello mientras ella se arquea contra mi respirando profundo.

Beso el valle de sus pechos, su abdomen cubierto por el camisón que comienzo a deslizar hacia arriba y entonces... llego a su vientre.

Miro arriba para encontraba con sus ojos fijos en mi, llenos de ese amor que me llena el pecho cada día.

—Los amo. —Beso su vientre y ella sonríe—. No puedo esperar para conocerlo.

—Ni yo. —Acaricia mi mejilla—. Te amo. Te amamos.

Apoyo mi frente en su vientre, sintiendo sus caricias en mi cabello mientras el ego infla mi pecho más de lo que debería admitir.

Otro hijo. Un hermano para Peyton.

Estamos formando nuestra familia.

First and Only Love [Simón Miller]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora