CAPITULO IV

51 6 2
                                    

El deber de una mujer

Dejándome dominar por la curiosidad sigo aquel sollozo que me lleva a lo profundo del jardín. La zona que casi nadie pisa, un límite del muro protector. En esta parte la hierba está un poco alta y marchita, algunos arbustos secos sin nada de flores. También hay un árbol grande, pero demasiado viejo.

Hasta este punto comienzo a sentir frío. Observo el sitio por un rato y me doy cuenta de algo. Hay una pared medio ancha que conecta con el muro, y en ella una puerta de madera que se camufla perfectamente entre aquella tapia. De no fijarme bien no la habría descubierto, ya que está rodeada por musgos y enredaderas.

Aquella puerta no tiene ningún candado ni una barra que la bloquee. Prácticamente está desprotegida. Al abrirla un olor extraño sale de allí y visualizo unas escaleras que bajan hacia algún sitio. <<¿Qué lugar es este? >> El deterioro me hace dar cuenta que ha permanecido sin ser visitado desde hace mucho tiempo. Un lugar que ni sabía que existía.

Me quedo de pie contemplando la entrada con algo de temor e intriga. Todas las veces que venía por estos lados del palacio nunca había escuchado algo como esto ni mucho menos visto este espacio. Detallando el interior desde afuera puedo decir que ese camino lleva a un calabozo. Estoy segura.

Pero, ¿por qué hay dos? Se supone que solo debe haber uno y es el que se encuentra al otro lado del palacio custodiado por soldados, pero aquí... aquí no hay nadie vigilando. Y sea quien sea que esté haciendo ese sonido proviene de este lugar y está sufriendo.

Ahora, ¿cómo pude escuchar ese lamento estando tan lejos? De una u otra forma lo voy a averiguar.

Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando doy un paso. Nunca he creído en las casualidades, pero lo que siendo en ese momento es como una especie de Deja vú. Tengo esa fuerte sensación de que este lugar ya lo había visto antes, siento que ya he entrado aquí. Quizás haya sido en un sueño. No tengo claro qué hay dentro, pero algo me dice que lo que voy a encontrar no me va a gustar.

Decidida bajo las escaleras despacio cuidando que nadie me vea. El estrecho camino es semi oscuro, solo está iluminando por unas cuantas antorchas incrustadas en las paredes de piedra. El olor a humedad me golpea la nariz provocándome escalofríos mientras los sollozos de un hombre no cesan. Mi respiración se hace cada vez más pesada, pero lucho por permanecer de pie. Necesito saber quién está en este calvario. No niego que esto me tiene los bellos erizados, aunque trato de tomar valor de donde realmente no tengo. Los lamentos aumentan a medida que me acerco, hasta que llego al final...

El horror que presencio nunca lo había visto en mi vida. El panorama me deja pasmada con lo que captan mis ojos al otro lado de una reja de hierro que me separa de un sujeto.

El hombre que está sollozando tiene cadenas ancladas a los tobillos, su ropa está hecha jirones, tiene heridas por todos lados, está cubierto de sangre y suciedad, y su cara está desfigurada por los golpes que le han propinado.

Es como un animal. Todo en él está hecho mierda.

Me llevo la mano a la boca por la perplejidad de ver aquel hombre que probablemente ronda por los cuarenta y tantos. Con dificultad se arrastra hacia las barras y saca su brazo pegando su cara en el hierro aun arrastrándose en el suelo.

—Ayú... dame. —suplica.

Es tanto el horror que por un instante siento que me voy a desmayar. El olor a podredumbre me tiene revuelto el estómago. Ahogo un grito cuando unos cadáveres entran en mi campo de visión encerrados en otras celdas. Son cuatro en total y puedo notar que cada uno está en una posición traumatizante. Parece que sus muertes fueron trágicas.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora