CAPITULO XXX

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Envuelto en la miseria

TARREN

El panorama que contemplo es atroz. Mi reino fue atacado, no solo por soldados sino también por esas malditas. La sangre me arde en las venas viendo aquella masacre cada vez que nos adentramos al pueblo, o lo que queda de él. Solo espero que aún no hayan llegado al palacio. Lograron romper la barrera protectora que Hank había creado y gran parte de la aldea está destruida, muchas casas están en llamas y personas se encuentran decapitadas y desembradas por todas partes, incluso afuera.

¿Cómo demonios pasó todo esto? Tantos días de viaje y luchando con criaturas oscuras en el trayecto para encontrarme con esto.

—Al parecer han llegado más invitados. —se ríe una de las brujas. Por lo que veo son cinco. —¿Qué pasa? ¿Estáis tan impresionado que no podéis hablar? —se sigue burlando dirigiéndose directamente a mí.

—Invadieron mi reino, destruyeron el pueblo, asesinaron a gente inocente... ¿Y así tienen el descaro de reírse en mi cara? ¿Esperan que las felicite por esto? —aprieto los dientes con la ira acrecentando en mis manos. —¡Las aniquilaré a todas! —les ladro al tiempo que desciendo del caballo y desenvaino mi espada.

Todo es un maldito caos. Todo por lo que había luchado ya no está, todos mis esfuerzos por mantenerlos a salvo fueron en vano, y yo no estuve aquí para protegerlos.

Los débiles rayos del sol hacen ver con claridad todo este espanto. Los puestos de mercado están arruinados al igual que las tiendas, las tabernas, incluso hay caballos y demás animales muertos. Todo es una miseria. Todo es una maldita mierda.

—También las eliminaré. —Makai desciende de su corcel con su espada en mano. Al igual que yo también está espantado por lo que ve.

—Todos lo haremos. —Joshua y todos los demás siguen el ejemplo.

—¡No permitiremos que sigan atacando este reino, brujas despreciables! —Eulices las aniquila con la mirada.

—¡Se arrepentirán por haber venido! —gruñe Salvador.

—Ustedes son unos estúpidos. —se burla una que posee alas mientras se precipita hacia nosotros. —Sufrirán el mismo destino que los demás.

—¡Eso ya lo veremos! —la ataco con todas mis fuerzas enterrándole la espada en el pecho, justo donde está su corazón. El resto de mi tropa se van contra las demás y contra los soldados invasores que por lo que veo muchos de ellos siguen con vida.

—Eso no funcionará, cariño. —se ríe.

—Pues claro que no. —saco el arma de su carne para cortarle la cabeza, pero logra esquivar el ataque y me lanza un puñetazo que fácilmente bloqueo con la espada, y en un movimiento rápido le corto medio brazo.

—¡Ese era mi brazo favorito, idiota! —chilla lanzándome una bola de energía negra con la mano que tiene ilesa, pero para su mala suerte también se la rebano antes de que su ataque llegue a mí. Sin manos no hay ataques oscuros. La sangre que brota es de un púrpura negruzco.

—¡Pero, ¿qué hiciste?! —hace otro chillido ensordecedor mientras bate sus espantosas alas en el aire.

Terminaré con ella más pronto de lo que pensaba.

Se viene contra mí dando patadas que logran lanzarme lejos. Me pongo de pie rápidamente y balanceo mi espada haciéndole un corte en la cara. Sin perder más tiempo le lanzo una serie de golpes que la dejan inestable en el suelo. Sé que con cortarle los brazos no muere, pero si la está dejando débil. Ya ha perdido mucha sangre. Me preparo para darle un golpe final con la espada, pero de pronto escucho una voz preocupada.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora