CAPITULO II

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El negro de sus ojos

Una hora después Lidxy aparece en mi aposento con una sonrisa que no le cabe en la cara.

—¿Dónde habéis estado? —exijo saber. Los nervios aún me están carcomiendo los huesos.

—Tú sabes dónde. —responde con el ceño ligeramente fruncido sin dejar de sonreír. —¿Por qué? —pregunta con total tranquilidad sin darse cuenta que yo estoy al borde de un colapso. Se tira a la cama abrazando mi almohada sin dejar de suspirar.

—¿Por qué? —repito exaltada. —Mamá estuvo aquí preguntándome por ti y tuve que mentirle... otra vez. —me cruzo de brazos. —Un día de estos me castigará por tu culpa y más vale que para la próxima te encuentre en el castillo, porque sino me verás colgada en uno de los árboles del jardín. Hoy tenemos que asistir a otra de sus estúpidas celebraciones. —pongo los ojos en blanco caminando de un lado a otro.

Aquí su tranquilidad se va por un acantilado y su radiante sonrisa se desvanece por completo.

—¡No puede ser! —grita saltando de la cama como si las sábanas la quemasen. —¡Lo había olvidado! Esta noche se celebra otra de sus victorias. Los soldados de mamá ganaron la guerra contra el imperio de Aploix junto con la colaboración de los guerreros del noreste. —exclama sin detenerse a respirar. —Dicen que son los mejores caballeros de ese continente y su líder ha ganado muchas batallas desde hace varios años. Si no llegamos a tiempo ella misma nos degollará. —se altera.

—Ya lo sé. —resoplo.

Comienza a caminar por mi habitación desesperada mientras yo me siento en la cama. Es absurdo que la Marquesa nos obligue asistir a esta fiesta si es en el salón de este mismo castillo. Estoy segura que nadie notaría nuestra presencia.

—Y por eso debemos asistir. —añado. —Sí o sí.

—Pero se supone que estamos casi en la ruina. —se detiene en la mitad de la alcoba mirándome detenidamente. —¿Cómo pudo organizar una velada si no tenemos tanto dinero? Y lo poco que tenemos debemos guardarlo, no gastarlo en algo tan inútil. —argumenta y estoy de acuerdo con ello. —Solo porque ganaron una guerra no quiere decir que derroche lo poco que hay.

—Eso mismo pienso yo. —declaro. —Pero debemos estar ahí así no lo queramos. De seguro allí estarán los guerreros del noreste recibiendo honores, y los soldados de este reino estarán hinchando el pecho con orgullo.

—¿Y por qué no estáis lista aún?

Me observa de arriba abajo. Me había quitado el extravagante vestido que mi madre me había obligado a poner, y opté por otro más cómodo, pero el cabello estaba hecho un desastre. Prácticamente se podría comparar con un nido de pájaros.

—Eso estaba a punto de hacer hasta que invadiste mi espacio privado.

—No es privado mientras yo esté aquí contigo. —me guiña un ojo.

Con eso sale de mi habitación para dirigirse a la suya y organizarse antes de que mamá suba y nos jale las orejas a las dos. Aunque Lidxy es mayor que yo a veces actúa como una adolescente inmadura. Bueno, quizás se deba a lo enamorada que está.

Esa es la razón por la que casi todas las tardes se escapa del castillo. En el bosque se reúne con el hombre por el cual suspira, el mismo que la vino a buscar al jardín y aunque no lo conozco del todo me cae muy bien. Es un chico simpático con la misma edad de mi hermana, con unos pocos centímetros demás y unos ojos avellana que resalta el color de su cabello. Ciertamente es atractivo, el problema es que es pobre.

Trabaja en una herrería que está situada en la aldea. Obviamente a mi hermana no le molesta eso, siempre se ha fijado en la bondad de las personas sin importar su condición económica. Me lo presentó un día cuando la descubrí besándose con él en la parte más lejana del jardín. Una zona que casi nadie pisa. Entonces me contó lo que estaba pasando y desde ese día prometí que guardaría su secreto como la hermana buena que soy.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora