CAPITULO LXV

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Entre la lluvia y el fuego de la pasión

Abandonamos la fortaleza Ashwood.

Ya nos encontramos en la larga trayectoria. Una semana de travesía. Todos viajan en caballo, incluso yo. Los carruajes lo dejaron únicamente para las provisiones. Las personas que estaban heridas fueron curadas inmediatamente para que pudiesen venir con nosotros.

—¿Está cómoda, señora? —me pregunta Eulices.

Ya han transcurrido dos días y estar sentada en el caballo un día entero no es muy alentador que digamos. El valle queda demasiado lejos lo cual solo hemos descansado en las noches cuando se arman los campamentos para poder dormir. Cada quién tiene su propia tienda, aunque muchos preferían dormir afuera para poder hacer guardia.

Estos días han sido los peores, no ha llovido y el sol se pone cada vez más intenso. El sudor se me pega a la piel y me siento asqueada, hasta huelo mal. No hemos podido tomar un baño debido a la sequía. Ni siquiera hemos encontrado un manantial. Los barriles de agua que tenemos solo la usamos para tomar y cocinar.

—Sí. —le contesto a Eulices ante la pregunta que me hizo, pero él no está muy seguro de mi respuesta.

Empiezo a marearme, quizás sea por el hambre, por el calor. Por todo.

Ya casi anochece y solo deseo descansar. Tengo todo mi cuerpo entumecido, más que todo el trasero.

—Bien, estaré cerca por si se le ofrece algo, mi lady. —dice.

Priscila está a mi lado también sobre un caballo. A ella la veo muy bien. Tiene buena resistencia a este tipo de cosas.

Los líderes están al frente. Son los que básicamente nos avisa sobre el posible peligro que puede estar acechándonos entre las zonas boscosas, ya que son los primeros. Los que van al frente.

—¡Detengámonos aquí! —escucho a Eduardo.

Todos nos detuvimos en un lugar abierto, aunque a unos metros se puede ver el bosque. El sitio se ve muy tranquilo.

Los soldados bajan lo que necesitan de las carrozas y arman las tiendas. Aron y otros dos arman la de Tarren, o más bien la mía. Siempre me quedo a dormir sola mientras él hace guardia con los demás.

Se me hizo difícil bajar del caballo así que Eulices me ayudó.

Tengo que estirar un poco el cuerpo porque estoy muy entumida.

Cuando la noche nos arropa por completo los guerreros preparan la comida.

Entro a mi tienda y Tarren lo hace seguido de mí. Es suficientemente grande como para caber los dos.

Sin mucho rodeo me exige que me quite la ropa para masajear mi cuerpo con el aceite de lavanda que le arrebató a Hank. Aún sigue enfadado con él.

Bueno, con todos.

Me siento ridícula recibiendo atenciones como si estuviese enferma. Yo misma podría hacerlo. Pero no puedo negarme viendo que me gusta su masaje.

Sentir sus manos en mi espalda se siente tan bien que podría quedarme dormida. Es muy relajante la manera en que ejerce cierta presión en las zonas mallugadas.

Sus manos callosas raspan un poco mi piel, pero aun así me agrada.

—Espera... ahí no. —protesto cuando masajea mis glúteos.

—Quédate quieta. —me dice en un tono frío.

Ante la tonalidad me quedo inmóvil. Es inútil discutir con él en este momento. Sigue frotando mi piel hasta que llega a mis muslos internos. Allí me duele más. El dolor que me provoca es un poco incómodo, pero al mismo tiempo reconfortante.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora