CAPITULO LVI

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Siempre terminamos soltando ese peso que llevamos dentro

La mayoría de los caballeros han salido a inspeccionar los alrededores y aprovecho que casi no hay nadie para darme un baño en el manantial. Allí se bañan todos, pero cada quien por separado. Cada quien toma su turno o muchas veces lo hacen en grupos.

Para nosotras no es muy agradable darnos un baño como ellos, así que juntas lo hacemos cuando nadie está presente. Esta es la mejor parte, ya que no es muy alentador tener el sudor pegado a la piel todo el día.

Nos hicimos en un lugar muy, pero muy alejado para tener suficiente privacidad. Por suerte el sitio es muy amplio.

Por otro lado me da algo de pena dejarme puesta solo la camisola, porque al momento de mojarse prácticamente quedaría expuesta ante ella, pero a Priscila no parece importarle. Ella también hace lo mismo.

Entonces, ¿de qué sirve bañarme con la camisola si igual se iba a ver todo? Así que me la quité y sin más me zambullí felizmente al agua. La vidente hace lo mismo al ver que de nada servía tener puesta esa prenda.

Dejamos la ropa sucia apartada de la ropa limpia y nadamos por un largo rato. El agua es totalmente refrescante, relajante y muy agradable.

Tomo el jabón emperfumado y lo paso por mi piel para quitar el mal olor.

—El agua está deliciosa. —exclama la vidente con una sonrisa mientras nada de un lado a otro. —Realmente necesitaba esto. ¡No quiero salir nunca!

—Yo tampoco. —le ofrezco el jabón cuando se acerca y luego me juago el que tengo.

—Me quedaría aquí toda la vida.

—Pero lastimosamente no podemos. —le digo.

Si alguien nos ve estaremos en graves problemas. No me quiero imaginar la cara de todos al saber que aquí hay dos chicas desnudas nadando libremente.

Nos damos otro chapuzón y después nos pusimos la otra ropa. Nos recogemos el cabello para ponernos el sombrero.

—¡Ay por Dios! —exclama Priscila alarmada mirando el cielo haciéndome sobresaltar.

En ese momento entro en pánico pensando que podrían ser seres infernales o brujas.

—¿Qué sucede? —le pregunto cuando no veo nada. Ni siquiera hay nubes.

—¡Ya es muy tarde!

Espeta en el mismo tono.

Me tranquilizo rápidamente y la miro tipo "¿es enserio?"

Pero luego transcurren cinco segundos y me doy cuenta a lo que se refiere.

—¡El sanatorio! —expreso igual de alterada —¡Tendríamos que estar allí en media hora! —rápidamente recojo mi ropa y me pongo mi bigote.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora