CAPITULO XIII

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Una pacífica conversación

SAHORY

Siento ese terrible dolor en el brazo hasta que él me suelta y veo mi piel tornarse de un color rosáceo. Lo que más me inquieta es su dura mirada.

—¿Qué hacen aquí? —le pregunta de manera demandante a Arnold.

—Estábamos recorriendo el palacio, mi lord. —le responde con cierto temblor en la voz.

—Creo que hay suficiente espacio en otro lugar. No quiero que vuelvas a traerla aquí.

—Como usted diga, señor. —inclina la cabeza haciendo una reverencia.

—Me encargaré de enseñarle el resto del castillo a partir de ahora.

El mayordomo asiente y se retira dejándome sola con él.

Tarren pasa a mirarme y me siento insignificante a comparación de su grandeza. Mis entrañas se congelan cuando sigue observándome, pero al instante suaviza la expresión como si se arrepintiera de haber hecho lo que hizo hace un momento.

—Déjame ver tu brazo. —me exige y obedezco. No quiero tener más problemas.

Esta vez toma mi brazo con supremo cuidado y pasa sus dedos rozando mi piel rojiza.

—No fue mi intención causarte daño. —susurra. Enseguida hace algo que me deja perpleja.

Me toma de la cintura con algo de fuerza y luego invade mi boca con la suya. Mi sorpresa es tanta que abro los ojos como farolas y no tengo ni idea de qué hacer. No niego que por un instante sus cálidos labios calman mis temores y me sonrojo porque en el fondo me gusta lo que acaba de hacer. Me besa de una manera que hace que mi corazón se acelere, como si lo hubiese pedido a gritos por días.

Tiene los ojos cerrados y yo hago lo mismo para dejarme llevar como él. No siento temor sino tranquilidad, y eso es mejor que el miedo que le tengo, (al menos ya no tanto)

—Déjame guiarte por el palacio. —susurra rozando mis labios con los suyos al momento de romper el beso.

—Sí. —respondo con ese rubor en mis mejillas. Se aparta de mí y nos precipitamos al interior en silencio.

Después de unos minutos que se sintieron como una eternidad, él habla:

—¿Ya viste el jardín? —pregunta.

—Sí.

Nos encaminamos hacia allá y al verlo de nuevo vuelve a mí ese cálido sentimiento. Es la misma impresión que sentí cuando lo vi por primera vez. Unas cuantas flores están marchitas, pero sigue igual de hermoso.

—Pedí que lo arreglaran para cuando llegaras. —pasamos por uno de los anchos caminos entre las flores y no puedo evitar sentir ese vacío en el corazón porque sé que lo hizo para Lidxy. —¿No te gusta? —cuestiona con su voz grave y serena y al mismo tiempo confundido al ver mi cara disgustada.

—Sí, es muy bonito. —respondo casi de inmediato.

—Si algo no es de tu agrado puedes cambiarlo. —asiento —¿Hay alguna flor que llame tu atención?

—Todas son hermosas. —es lo que respondo.

—¿Y entre todas hay alguna que te guste más? —insiste.

—Sí, pero no está aquí. —observo toda la variedad.

—¿Y cuál es? —curiosea.

Lo miro por un momento.

—Me gustan mucho los lirios del valle.

Instintivamente se muerde el labio inferior y me es imposible no apartar la mirada.

—Interesante. —se queda pensando por unos segundos. —Hubo alguien a la que también le gustaban esas flores. —lo dice en un tono bajo, pero rápidamente vuelve hablar en su tono normal al espabilarse. —No los he visto desde hace mucho.

—Pero aun así me gusta este jardín. —exhalo mirando el lago y él lo nota.

—También lo mandé hacer para que se viera más vivo el lugar. —nos detenemos en el kiosco y allí nos quedamos de pie observando todo.

—Se vería más vivo si hubiese patos. —digo olvidando la clase de persona con la que estoy hablando. Lo más probable es que se enoje ya que despierta su mal humor con nada. Pero al mirarlo me doy cuenta de lo equivocada que estoy, en vez de verme molesto me observa con curiosidad. —Lo siento, es que... bueno, así también se ve bien. —digo avergonzada.

—No tienes por qué disculparte. —la cálida voz con la que está hablando me tranquiliza. Sigue siendo grave, pero al menos no se escucha tan amenazante.

—No, es solo que...

No puedo terminar la oración, me siento nerviosa.

—Te gustan los animales, ¿no? —exclama y yo asiento. —Entonces mañana traeré algunos.

—¡¿Qué?! ¡No lo hagas! —protesto y él me mira con los ojos bien abiertos por el tono en que le hablo.

—¿Por qué no? —frunce el ceño, confundido.

—Es que no quiero molestar. —miento —No quiero que se sienta obligado a hacerlo solo porque yo lo dije. —tuve la intención de sentarme y Tarren se apresura a correr la silla para poder poner mi trasero allí. Como todo un caballero.

—No lo haré porque tú lo digas sino porque quiero hacerlo. —argumenta y aun estando tras de mí se acerca a mi oído. —Déjame complacerte con lo que desees. Solo quiero que te sientas a gusto aquí. Sabes que si necesitas algo solo debes pedirlo y yo complacido te lo daré.

Su aliento me hace cosquillas en la oreja provocando que todo mi cuerpo se erice. Para empeorarlo aspira el aroma de la piel de mi cuello con una lentitud devastadora.

—E-está bien. —articulo las palabras como puedo. Su cercanía me pone nerviosa. Finalmente, se incorpora y enseguida se sienta frente a mí en la otra silla. —Y... ¿cómo va todo allá afuera? —me atrevo a preguntarle para cambiar de tema y dudosa porque no sé qué me pueda decir o más bien temerosa por escuchar la respuesta. La conversación que tuve con Makenna hace días sobre los monstruos me dejó pensativa.

—¿A qué te refieres? —pregunta Tarren en respuesta.

—Me refiero a... la situación sobre las criaturas y demás estados. —aclaro.

—La situación en sí es digamos no tan complicada, ya que por el momento no hemos tenido pérdidas. La batalla contra otros continentes no se ha acabado, pero no es lo que ahora nos preocupa. —esclarece —Las criaturas infernales son el mayor peligro en este momento. No se sabe qué otros monstruos estén apareciendo y debido a ello tanto otros reinos como el mío nos estamos preparando para cualquier cosa.

—¿Entonces es verdad que va a estallar otra guerra? —pregunto con el pulso acelerado. —¿Así de grave está todo?

—La guerra aún no se ha dado, pero, aunque así fuese tú no tienes por qué pensar en eso. —su mirada es tranquila. —No quiero que te mortifiques por esas cosas, piensa en que todo saldrá bien. Yo estaré siempre para protegerte. Jamás dejaré que algo malo te pase mientras yo esté aquí, y así tengamos alguna pérdida económica nada te hará falta. Yo me encargaré de eso.

Lo dice con mucha seguridad.

—Pero ¿y los demás?

—También haré lo posible para protegerlos, pero tú eres mi prioridad más que nada. —me quedo sin habla —Sé que para ti sigo siendo un extraño, pero prometo que te cuidaré aún suceda lo que suceda.

—Eh, sí, pero los sirvientes también son prioridad. —insisto.

—Pero tú lo eres más.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora