CAPITULO L

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Una aldea en silencio

MAKENNA

Mi corazón sigue lleno de preocupación por la señora Sahory. Han pasado tres días desde que se fue con Leonard. El viaje es muy largo, arriesgado y no he dejado de pedirle al cielo que guie su camino.

—¿Algo le preocupa? —me pregunta Arnold. Me encuentro sacudiendo los cuadros de los pasillos.

—Sí. —digo cabizbaja. ¿Para qué mentir lo que es obvio? —No hemos sabido nada de los señores. ¿Crees que ella esté bien?

El mayordomo se encoge de hombros.

Yo debí acompañarla aún si ella no estuviese de acuerdo.

—Lo más probable es que ya se hayan encontrado o al menos ella esté llegando al reino Manisgh. —espeta —Conozco a Leonard desde hace años y sé que la protegerá. Es muy ágil con las armas.

Aún así la angustia no cesa.

—No sé, pero presiento que algo malo les sucedió. —insisto —Tengo esa presión aquí. —señalo mi pecho.

—Esperemos que no sea así. —me dice —Ten fe. Ellos están bien. He estado orando por su destino y le he pedido al clérigo que realice una misa en sus nombres. Confiemos en que Dios los proteja y se reúnan con el lord para juntos luchar en esa batalla.

—Bien. —es lo único que digo.

SAHORY

Muchas veces el camino que trazamos no nos conduce a donde queremos.

Escucho que alguien habla, pero no veo nada. Todo está en oscuridad. Yo estoy dentro de una espesa oscuridad.

El rumbo de nuestras vidas siempre se encuentra con un destino diferente al que imaginamos, uno que no elegimos sino que nos lo han impuesto.

Sigo escuchando aquella voz que proviene de la nada, pero sigo sin ver con claridad. Después de un instante me doy cuenta que soy yo misma la que habla, la que dice aquellas palabras. No me toma más de dos segundos saber que es la voz de mi conciencia. Son fragmentos que una vez me planteé cuando me encontraba en penuria, cuando perdí a mi padre y la desolación que sentía cuando recién me casé.

La vida es un laberinto sin salida donde cada paso nos lleva más lejos de nuestra verdad y nos dejamos llevar por la corriente sin cuestionar... sin buscar.

De pronto mis oídos captan un susurro, uno de verdad, en la realidad. Una voz apenas audible. Me remuevo sintiendo mi cuerpo pesado. Abro despacio mis ojos enfocando a una mujer delante de mí. Está cerca de mi cara, logro visualizar unos rasgos peculiares. Veo unos ojos grises ultra claros, tan claros que sus pupilas negras son lo que más resalta en ellos. Su nariz es respingada y su piel muy blanca. Tiene rasgos delicados y firmes a la vez.

—¿Os sientes mejor? —pregunta en un tono suave y alegre al mismo tiempo.

—C-creo. —es lo que contesto. Mi voz sale rasposa. Tengo la garganta muy seca.

La mujer se retira un poco y es donde la puedo detallarla mejor. Es una muchacha joven, de una belleza extraña, pero es muy bonita. Su cabello es color cenizo y medio ondulado. Lleva puesta una túnica blanca desgastada y la capucha cubre su cabeza. Sus ojos me asustan un poco, pero parece no tener malas intenciones.

—¿Quién eres tú? —le pregunto al tiempo que me incorporo. Estoy sobre una cama pequeña y suave.

—Me llamo Priscila. No tengáis miedo, no voy hacerte daño. —su voz es amigable. Ella parece amigable.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora