III. PARTE ESPAÑA 1.2

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Entramos a la sala, y la tensión en el aire es palpable. El ambiente, normalmente cálido, se siente frío, cada mirada cargada de lo que no se dice. Nos acomodamos, y el abogado de Carlos se presenta con formalidad, aunque no se pierde el tono serio de la situación. Al sentarnos, él extiende una hoja sobre la mesa. Mi corazón da un vuelco cuando veo lo que es: los certificados de nacimiento de mis hijos.

Trago con fuerza, mis ojos recorriendo las palabras en esos papeles. Ahí está, como un golpe directo: el nombre de mi pequeño Carlos no es el que he usado todo este tiempo. Su verdadero nombre es Oliver, Oliver Bearman. Hemos fingido tan bien que hasta había momentos en los que me convencía de que no importaba. Pero ahora, al ver ese documento, la realidad me sacude.

Mi pequeño sabe que su verdadero nombre es Oliver, y cada vez que lo llamo Carlos, es como si estuviéramos interpretando una obra que ha durado demasiado. Mi mente corre, recordando cómo empezamos todo esto, cómo Oliver aceptó poner su nombre en los certificados, ser legalmente su padre. Todo para protegerlos, para darles la estabilidad que necesitaban.

Siento el peso de la mirada de Carlos sobre mí, pero no levanto la vista. Las preguntas se arremolinan en mi cabeza, y el aire se vuelve más pesado. Sé que esto es solo el comienzo de la batalla, y que ahora, más que nunca, tengo que estar preparada para defender a mis hijos.

Mi abogado interviene, su voz firme corta la tensión que se ha acumulado en la sala.

—No hay nada más que una mentira destinada a proteger al niño —dice con seguridad, mirando directamente al abogado de Carlos—. Oliver Bearman, como padre legal, ha estado presente en la vida de estos niños desde el principio, y ambos niños saben perfectamente que su verdadero nombre es Oliver, no Carlos.

Carlos se tensa en su silla, como si estuviera procesando esa información. La verdad está saliendo a la luz, y aunque esa mentira fue un intento desesperado de mantener el orden y la paz, ahora todo está desmoronándose. Respiro profundamente, intentando mantener la calma mientras escucho las palabras de mi abogado. Mi mente se llena de recuerdos, de cómo construimos esta farsa por su bien, para evitar el caos de lo que vendría si se supiera la verdad desde el principio.

—Esto no es un engaño malintencionado —continúa mi abogado, con voz tranquila pero firme—. Es una decisión que Lucía y Oliver tomaron para dar estabilidad a los niños en medio de circunstancias difíciles. No hay nada más detrás de esto que la protección de sus hijos.

El silencio que sigue es denso, casi insoportable. Los ojos de Carlos están clavados en mí, su frustración palpable, pero no dice nada. Oliver se mantiene a mi lado, su mano aún cerca de la mía, listo para apoyarme en lo que venga a continuación.
El abogado de Carlos se tensa visiblemente y sacude la cabeza, mostrando su desaprobación. Su tono es cortante cuando me dirige la palabra, como si su juicio ya estuviera hecho.

—Usted, señora Garrido, es cruel y una mentirosa —dice, su voz cargada de acusación—. Exponer a un niño de esta forma ha sido una total crueldad.

La sala se siente más pequeña de lo que es, cada palabra suya resonando con fuerza. Mis manos comienzan a temblar ligeramente, pero me obligo a mantener la compostura. No puedo perder el control ahora, no con mis hijos en el centro de todo esto. Siento a Oliver a mi lado, firme, mientras el abogado de Carlos continúa.

—Llamemos al niño, por favor. Que Oliver venga aquí —añade, como si su simple presencia fuera a validar su argumento.

La idea de someter a mi pequeño a este espectáculo me enfurece. No puedo permitir que lo usen como un peón en esta disputa. Me levanto de mi asiento, mirando directamente al abogado, mi voz finalmente se alza, clara y firme.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora