III. PARTE NEW YORK 1.3

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Llego a casa y veo que Oliver ya está aquí. Apenas entro, los niños corren a abrazarme. Oliver está en la sala, rodeado de un montón de juguetes, y al ver su expresión, no puedo evitar partirme de risa.

—¿Qué le habéis hecho al tío Ollie?

—Le he dibujado una flor —dice Alex—. A Papi.

—No es Papi.

—Entonces, ¿dónde está Papi?

Sandra está en la cocina, preparando la cena, que huele delicioso. Oliver sonríe y me da un beso en los labios.

—Tú y yo cenaremos fuera.

—¿Oh, sí? —respondo—. Creo que Sandra está preparando algo delicioso.

—Entonces tendremos una comida extra.

Asiento, y me acerco a Carlos, que me mira con cariño. Le beso la frente y luego la mejilla.

—Te pareces mucho a papá.

—¿Al tío Ollie?

Ollie me guiña un ojo. Carlos siempre le ha dicho papá. Le pido a Sandra que cuide de los niños mientras voy a cambiarme. Oliver cierra la puerta detrás de mí y comienza a desabrocharme la camisa.

—No quiero saber cómo te fue... primero quiero darte un beso.

Sonrío divertida y acerco su boca a la mía mientras le quito la camiseta. Oliver tiene una manera única de tocarme, sus manos acarician toda mi espalda. Me lleva a la cama, pero dos golpes en la puerta nos interrumpen.

—¿Señora? —es la voz de Sandra—. La buscan, disculpe, es importante.

Cierro los ojos, deseando que no sea Carlos. Me pongo la camisa y me peino rápidamente. Abro la puerta.

—Señora —dice agitada—, es él.

—Mierda.

Sabía que vendría. Miro a Oliver y él asiente.

—Lleva a los niños a su habitación. No salgan hasta que te lo pida, ¿vale?

—Sí, señora.

Cierro la puerta y Oliver se acerca para besarme la frente.

—Estaré aquí —dice—. No te causaré problemas.

Asiento y bajo las escaleras, temblando. La distancia hacia la puerta parece interminable, aunque solo es en mi mente. Abro la puerta y allí está Carlos, parado con las manos en los bolsillos.

—Hola.

Sus ojos están húmedos, me mira como si quisiera decir algo más.

—Pasa.

Abro la puerta y lo dejo entrar. Camina por el pasillo, observando la casa, y se detiene frente a la entrada de la sala, donde ve la comedia que pasan en la televisión.

—Es una casa hermosa, debió costarte millones.

Su comentario me sorprende, pero entiendo su reacción.

—¿Es tuyo el Ferrari?

Mierda. Asiento, y él alza las cejas, sorprendido.

—Me ha ido muy bien estos años.

—Eso veo —se gira—. Muy bien.

—Vale —suspiro—. ¿Quieres verlos?

Asiente nervioso. Le señalo las escaleras y abro la puerta de la habitación. Alexandra juega con su casa de muñecas y Carlos con su pista de carreras. Sandra me mira y se levanta.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora