II. Parte. Monza

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En la habitación hablo con papá y le cuento que he vuelto a las carreras. Él alza sus manos en defensa y dice que no dirá ni una palabra. Es jueves por la noche en Monza. Después de colgarme a mi padre, me miro en el espejo y toco mi barriga.

—¿Será niño o niña?

No se me nota nada aún, pero una sonrisa se forma en mi rostro al verme. No puedo imaginar... poder continuar con este embarazo. Oliver toca la puerta unos segundos después y me despierta de mis pensamientos.

—No hay comida hoy, iremos a comer tú y yo.

—Ollie, estoy un poco cansada.

—Oh, por favor —dice—. Primero tómate todo el tiempo que necesites para arreglarte.

—Vale —sonrío—. Espérame.

Me cambio y me pongo un vestido corto negro y unas sandalias bajas. Peino mi cabello hacia atrás y me tomo un poco más de tiempo al aplicarme algo de maquillaje. Quiero estar guapa para Oliver. Cuando abro la puerta, él se queda perplejo.

—Qué martirio siento.

—Oh, vamos.

Sonríe divertido y subimos en el ascensor hacia el vestíbulo. Conversamos mientras caminamos juntos. Carlos y Judith entran juntos. Paso a su lado como si no me afectara verlo con ella. Oliver apenas lo nota, me toma de la mano y me da un beso en el cabello. Abre la puerta de su Ferrari y salimos del hotel.

Oliver y yo tomamos asiento en una mesa. Observo que hay más pilotos: Charles y Gasly en una esquina. Gasly me nota y le dice algo a Charles al oído.

—No te preocupes —dice Ollie.

—¿Perdón?

—Ellos son amables. Aunque noto un poco raro a Charles. ¿Pasó algo entre ustedes?

—Oh, no —lo miro—. Está un poco dolido porque nos hicimos amigos, pero no le dije dónde estaba todo este tiempo.

Oliver me sonríe.

—Querías estar sola —dice—. No le debes explicaciones a nadie.

Pedimos la carta y evitamos el alcohol, claro, es obvio para mí.

—La nueva relaciones públicas de Carlos siempre está discutiendo con Judith.

—¿Ellos están juntos?

—No lo sé —Oliver me mira—. A veces sí y a veces no. Charles a veces está con ella y a veces no.

Asiento, miro mis manos. Oliver pone una caja cuadrada plana sobre la mesa.

—Es para ti.

—¿Para mí? —sonrío.

—Es un regalo de bienvenida.

—No tenías que hacerlo.

Tomo la caja y la abro. Brilla más que cualquier cosa y al verlo, lo cierro de inmediato.

—Oliver, no. No puedo. Debe costar mucho y es hermoso, pero...

—Pero nada —dice mientras da espacio a la mesera para que coloque los platos—. Oliver, no puedo.

Es un brazalete con su apellido "Bearman" hecho con diamantes y el número 38. Es hermoso, no tengo palabras para describirlo.

—¿Me permites? —pregunta, sacándolo de la caja.

Asiento, me toma la mano izquierda y me coloca el brazalete. Sus ojos se iluminan al observarlo. Me da un beso en la muñeca.

—Cuídala mucho.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora