IV. PARTE TEXAS 1.1

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Me inclino un poco en el sofá, observando cómo su presencia inunda todo el Paddock Club. Lucía conversa con Piastri, su sonrisa ligera y natural, como si todo en su vida fuera perfecto. Cada movimiento suyo es fluido, delicado, casi como si flotara en el aire. Su silueta es perfecta, elegante sin esfuerzo. No puedo apartar los ojos de ella. Y entonces, veo cómo sus ojos se encuentran con los de Oliver, quien la mira con una devoción que me quema. Él se inclina, besándola suavemente en el cabello, acariciando su mejilla. Lucía sonríe, una sonrisa de amor sincero, y eso me destruye.

—Carlos —dice una voz a mi lado, sacándome de mis pensamientos—. ¿Podemos continuar?

Asiento sin prestar atención, mi mente aún atrapada en la imagen de Lucía. Gabriela sigue revisando la agenda, pero no logro enfocarme en lo que dice. Gabriela es nueva, la conocí ayer.

—La futura Lucia  Bearman —escucho a alguien pronunciar su nombre—. Qué placer conocerla.

El apellido Bearman resuena en mi cabeza, y algo en mi interior se revuelve. Escuchar su nombre así, como si nunca hubiera sido otra cosa que Lucía Bearman, me causa un malestar que no esperaba. Bearman. Parece que Oliver no ha perdido tiempo en asegurarse de que ella esté completamente atada a él. Se van a casar...

—Carlos, ¿me estás escuchando?

—Sí, continúa —respondo sin más, aunque mi mente sigue en Lucía.

En ese momento, veo entrar a Judith. Elegante, impecable como siempre, pero algo se siente diferente. Lucía sigue siendo el centro de atención, eclipsando a Judith en cada sentido. Incluso con la gracia natural de Judith, Lucía se ve más radiante, más viva, como si su sola presencia absorbiera toda la luz de la sala. Lucía... si tan solo fueras mía. Judith me quita la vista y bufo molesto ¿Por qué no se mueve?

—Carlos —Gabriela repite con paciencia—. Volveré en un momento.

—Sí, ve —murmuro, apenas consciente de lo que está pasando.

Me levanto lentamente, intentando controlar el impulso de seguir a Lucía. Solo quería felicitarla por su matrimonio, o al menos eso me digo a mí mismo. Pero en el fondo sé que es una excusa para acercarme, para sentirme una vez más cerca de ella.

—Carlos —la voz firme de Oliver me detiene de golpe.

Lo miro. Sabe exactamente lo que estoy pensando, lo que estoy a punto de hacer, y su expresión es clara: no lo permitirá. Se interpone entre Lucía y yo, como siempre lo hace, protector y seguro de sí mismo.

—¿Podrías dejarla en paz? —su tono es calmado, pero hay una advertencia clara en sus palabras.

—Solo quería felicitarla por la boda —le digo, tratando de sonar casual, aunque sé que no me cree.

—No es necesario —responde con frialdad.

Intento mantener la calma, aunque el resentimiento me invade. Me acerco un poco más, controlando cada paso.

—Al final, te escogió —digo, las palabras pesadas en mi boca.

—Sí, Carlos —responde, con esa seguridad que siempre me irrita—. Y lo hizo bien. La amo, y voy a cuidarla siempre.

Asiento, porque no puedo decir nada más. Es cierto. Él es el hombre que ella eligió, el hombre que ha estado allí cuando yo no supe estarlo.

—Lo sé —murmuro, aunque el dolor me atraviesa—. Eres un buen tipo para ella.

Y entonces, como si no fuera suficiente, Oliver suelta la verdad que me destroza por completo.

—Está embarazada.

Me quedo congelado. Embarazada. La palabra se estrella contra mí como una ola helada, dejándome sin aire. Lucía... va a ser madre de nuevo. Va a darle un hijo a Oliver Bearman, y yo ya no formo parte de su vida, ni de su futuro.

—Por favor, Carlos —continúa Oliver, su voz firme—. No la pongas en riesgo.

Me cuesta reaccionar, cada fibra de mi ser se siente paralizada. Lucía, la mujer que alguna vez amé, ahora pertenece a otro hombre en todos los sentidos posibles.

La furia me consume mientras camino hacia el hospitality. Oliver, siempre Oliver. Saber que ella está embarazada me quema por dentro, me mata lentamente. Me cuesta respirar, como si el aire mismo se negara a entrar a mis pulmones. Me detengo frente a la puerta, necesito calmarme. Respiro hondo varias veces, intentando sofocar el fuego que arde en mi pecho. Pero no puedo.

Después de unos minutos, salgo a caminar por el paddock. Mis pensamientos son un torbellino. La busco sin querer admitirlo, mis ojos la buscan entre la gente, y ahí está. Nunca está sola. Conversa con Grace, la amiga insoportable que siempre está cerca. La observo por un rato, mis pies clavados en el suelo. Entonces, decido acercarme. Camino con cautela, mi mente arde de preguntas, dudas y rabia. Cuando estoy lo suficientemente cerca, la tomo del brazo con delicadeza. No quiero hacerle daño, solo necesito respuestas.

– Oye, ¿qué te sucede? – chilla, sorprendida.

La llevo hacia atrás del hospitality de Alpine, lejos de las miradas, del bullicio. Solo quiero hablar, que me explique. Necesito saber.

– ¿Estás embarazada? – suelto sin rodeos.

Su boca se abre un poco, y rueda los ojos. Ya no me mira como antes, y eso me envenena el alma.

– Lu... – suplico – ¿Por qué?

Ella suspira, aparta la mirada de mí.

– Carlos, lo nuestro ya acabó. Prefiero que las cosas se mantengan así.

Su respuesta me deja helado. Pero no puedo dejarlo ahí. La desesperación se agarra a mi garganta.

– ¿Lo escogiste a él por compromiso? ¿Por el embarazo?

Antes de que pueda reaccionar, su mano cruza el aire y me da una cachetada que me quema. Cierro los ojos por un instante, el dolor físico es insignificante comparado con lo que siento dentro.

– Solo acércate a mí por los niños – dice con frialdad.

Abro los ojos y la veo, más distante que nunca. Esa mirada... esa que solía derretir mi corazón, ahora me deja vacío. La veo darse la vuelta, y sé que todo no ha terminado.

– Si tengo que esperar a que te separes, lo haré.

Abre la boca y se ríe con sarcasmo.

– Ahora sé lo que sentía Judith.

Me ofende, incluso su crueldad lo hace, parece que se burla de mí.

– No mereces nada de mí –se acerca–. Me perdiste y tu única responsabilidad son mis hijos, no yo. Estoy casada y tienes que entender eso.

—Bien, cuando Oliver te engañe, entonces me avisas para consolarte —escupo, aunque sé que son palabras vacías, impulsadas por la frustración y la rabia que me consume.

Lucía sacude la cabeza, indignada, y sin decir nada más, desaparece de mi vista. Me quedo ahí, en medio de ese torbellino de emociones, intentando procesar lo que acaba de pasar. Mi teléfono suena, y al ver el nombre en la pantalla, no puedo evitar rodar los ojos.

—¿Qué? —contesto con impaciencia.

—Carlos, ¿puedes por favor estar con Gabriela? —dice Brenda, mi jefa de comunicaciones, con su tono de voz autoritario pero educado.

Cuelgo sin decir más y camino hacia el hospitality. Abro la puerta de la oficina y ahí está ella, sentada frente a mí. Gabriela. Sus ojos castaños y claros me observan, el cabello corto le da un aire de profesionalismo, pero también me recuerda que no es Lucía. Nunca lo será. Me mira seria, pero sonríe al verme.

—Carlos —dice con una suavidad que me irrita—, tienes cosas que hacer hoy.

Intento forzar una sonrisa, pero por dentro ya lo sé: no, Gabriela, no vamos por ese camino. Ya me enamoré de otra asistente como tú, y mi corazón le pertenece a Lucía. Voy a seguir, cueste lo que cueste, hasta poder recuperarla.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora