III. PARTE NEW YORK 1.1

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Cuando el auto me pasa a recoger, una oleada de ansiedad me golpea y tengo que pedir al conductor que se detenga varias veces en el camino por unas terribles ganas de vomitar. Intento convencerme de que es solo por el viaje, pero en el fondo, sé que es la mezcla de emociones acumuladas durante mi ausencia.

Finalmente, al llegar a casa, la puerta se abre y mis pequeños corren hacia mí. El momento es mágico, y aunque dura solo un segundo, es suficiente para llenar mi corazón de alegría. Siento el calor de sus cuerpos contra el mío, y la angustia que me había acompañado en el trayecto se disipa un poco con sus abrazos.

Mi pequeño Oliver, con su sonrisa iluminada, me da besos en la mejilla, cada uno más dulce que el anterior. Su amor es contagioso, y no puedo evitar sonreír mientras le devuelvo los besos, sintiendo su inocencia y felicidad.

Alex, por su parte, se aferra a mí con fuerza, como si no quisiera soltarme. Su abrazo es más largo, lleno de necesidad y amor, y me recuerda lo importante que es para él tenerme de regreso. Me agacho y le acaricio el cabello, sintiendo que, en ese instante, todo está bien.

Aunque el viaje de regreso ha sido difícil y mi estómago sigue revuelto, la calidez de mis hijos me hace sentir que todo vale la pena. Estoy aquí, con ellos, y juntos enfrentaremos lo que venga, apoyándonos mutuamente en este nuevo capítulo de nuestras vidas.

-¿Mejor?-pregunta mi padre

Asiento con un nudo en la garganta mientras mi padre me da un beso en la frente, y su voz suave me reconforta mientras se despide de los niños. Sus palabras son un recordatorio de que, aunque el camino ha sido complicado, tengo a mi familia aquí para apoyarme.

Dejo las maletas en el suelo y mis pequeños y yo corremos por toda la casa, riendo y jugando. La alegría que inunda el ambiente es contagiosa, y me siento afortunada de tener este momento con ellos. Preparamos algo de comer juntos, cada uno con su pequeña tarea, disfrutando de la simplicidad de la vida familiar.

Finalmente, nos sentamos en la sala, envueltos en mantas, y elegimos una película. La pantalla parpadea con colores vibrantes mientras mis pequeños se acomodan a mi lado, sus ojos brillando de emoción. Los tres compartimos risas y palomitas, creando un nuevo recuerdo que quedará grabado en nuestros corazones.

A medida que avanza la película, me doy cuenta de lo que realmente importa: estar aquí, juntos, en este momento. Las preocupaciones y las incertidumbres parecen desvanecerse mientras me concentro en sus risas y sus pequeños gestos de alegría. Por fin, me siento en casa.


Mi tranquilidad no dura mucho al día siguiente, cuando en la mañana el abogado esta afuera esperándome. Lo hago pasar  a mi despacho y el toma asiento. 

—Señora Garrido, el juez ha emitido una resolución para que el señor Oliver Bearman renuncie a la custodia de los niños, así como al apellido. Este cambio deberá hacerse efectivo a partir del próximo año —anuncia el abogado, su tono firme.

—Entiendo —respondo, sintiendo que un nudo se forma en mi garganta.

—Debido a que este es un tema de custodia y cambio de nombre, solo debemos esperar que la ley cumpla el proceso.

—¿Y Oliver? —pregunto, sintiéndome inquieta ante su silencio.

—Aquí está la emisión de la renuncia de la custodia —me muestra un documento. Su mirada es seria—. Será enviada a España por un representante. A partir del próximo año, sus hijos pasarán  a llevar el apellido Sainz.

—¿Y la custodia por mientras? —insisto, tratando de entender la situación.

—Fue revocada, señora Garrido. El juez ha determinado a favor del señor Bearman; él será el legítimo padre hasta final de año. Lucía, escúcheme: solo si usted quiere que los niños pasen tiempo con Carlos —hace una pausa—, usted se puede negar a recibirlo. El tiempo que pasarán los niños lo decidiría un juez a principios del próximo año.

—Vale —asiento, sintiendo que el peso de la decisión cae sobre mis hombros—. ¿Algo más?

—¿Está de acuerdo usted con que se realice el cambio de apellido?

Asiento, sabiendo lo importante que es esto para Carlos, aunque me duele pensar en la implicación que tiene para mis hijos.

—Muchas gracias por todo —concluyo, sintiendo una mezcla de gratitud y ansiedad mientras ella se levanta para irse. La realidad de lo que acabo de aceptar se instala en mi mente, y sé que el camino por delante no será fácil.

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Esa tarde, salgo con Grace al mall, y estar allí me hace sentir un poco mejor. Caminamos por varias tiendas, buscando cosas para Halloween, riendo y compartiendo anécdotas. Sin embargo, en el fondo de mi mente, no puedo evitar pensar en lo que sucederá cuando llegue a casa. A medida que la tarde avanza, un malestar comienza a invadirme.

El olor de la carne que está preparando Sandra me golpea de lleno cuando entramos a la cocina, y no puedo evitar correr al baño. Me sostengo de la pared, tratando de encontrar estabilidad mientras el mareo se intensifica. Abro la puerta con cuidado, sintiéndome un poco más aliviada, pero la tensión aún permanece.

Al salir, Grace está esperándome con una sonrisa que no me parece del todo natural. Me extiende una pequeña caja, y su expresión me hace sentir un escalofrío.

—Lo vengo sospechando desde hace una semana, vamos —me dice, su voz cargada de emoción.

—¿Qué? —pregunto, confundida y un poco asustada.



Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora