III.PARTE BALI 1.2

91 6 0
                                    


En un instante, me encuentro en medio de un vasto campo de flores, cada una de ellas brillante y vibrante, pero a medida que miro a mi alrededor, noto que el campo se empieza a desvanecer en sombras. La luz del sol se oculta tras nubes oscuras, y una sensación de desasosiego me envuelve.

De repente, veo a Oliver a lo lejos, con su sonrisa familiar y esos ojos que siempre me han hecho sentir en casa. Quiero correr hacia él, pero algo me detiene. La tierra comienza a temblar, y las flores a mi alrededor empiezan a marchitarse. A medida que me acerco, veo que él se aleja, como si una fuerza invisible lo separara de mí.

—¡Oliver! —grito, pero mi voz se pierde en el viento. Él se vuelve un momento, y aunque sus ojos reflejan amor, también hay tristeza en ellos.

Entonces, el paisaje cambia abruptamente. Estoy de vuelta en el paddock, rodeada de ruido y caos. Carlos está frente a mí, su mirada fija en Judith, quien está sonriendo con despreocupación. Siento que mi corazón se quiebra mientras veo cómo él se pierde en su mirada, ignorando por completo mi presencia. Intento acercarme, suplicándole que me vea, que reconozca lo que compartimos, pero sus ojos siguen fijos en ella.

La escena cambia de nuevo. Estoy en mi habitación, y las paredes parecen cerrarse a mi alrededor. Busco a mis hijos, pero no están. Solo hay un vacío abrumador, un eco de risas que una vez llenó el espacio. Extiendo mis brazos hacia la nada, gritando sus nombres, pero el silencio es ensordecedor.


Me levanto agitada, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. La oscuridad de la habitación me envuelve como una manta pesada, y me siento perdida en medio de mis pensamientos. La imagen del sueño aún persiste en mi mente, y la sensación de pérdida me inunda.

Con manos temblorosas, enciendo la lámpara. La luz cálida llena el espacio, disipando las sombras que parecían consumirlo todo. Busco mi teléfono en la mesa de noche, sintiendo la urgencia de conectar con algo, con alguien, para alejarme de esa sensación de soledad.

Cierro los ojos nuevamente y dejo el teléfono a un lado, me vuelvo a dormir , esta vez sintiendo el peso de lo que siento. 

                                                               ****************************

—Cuando vengas, iremos a un concierto de Sia —dice Grace con entusiasmo, y su voz suena como un bálsamo en medio de mis pensamientos confusos.

—¿Y cuándo es? —pregunto, sintiendo una chispa de curiosidad.

—El lunes —responde, y puedo imaginar su sonrisa.

—Vaya, tienes poca consideración por mi cansancio —bromeo, intentando mantener el tono ligero, aunque sé que la broma esconde algo más profundo.

Ella se ríe, divertida, y esa risa me trae un pequeño destello de alegría en medio de la tormenta de emociones que he estado lidiando. La idea de ir al concierto me emociona, pero también me recuerda que debo cuidarme y no dejarme llevar por el impulso.

—¿Estás bien, Lucía? —me pregunta, su tono se torna más serio, y esa preocupación me hace sentir un poco vulnerable.

—He tenido un sueño extraño... no sé, me siento un poco perdida —admito, sintiendo que abrirme a ella podría acercarnos más.

Grace me escucha con atención, y esa conexión me da un poco de esperanza. A veces, compartir lo que siento es el primer paso para encontrar la claridad que tanto busco. 

Es jueves, y solo me queda un día en Bali. La incertidumbre acelera mi corazón mientras disfruto de un almuerzo en la terraza de Wapa di Ume, rodeada del canto de los pájaros y el susurro de la selva. Mis pensamientos vagan, llenos de dudas sobre lo que me espera al volver.

Mientras como, noto que el extraño de la playa está a unas mesas de mí. Sus rasgos bronceados y su risa contagiosa lo hacen parecer encantador, y aunque quisiera ser amable y saludarlo, estoy segura de que su presencia me llevará a salir de mi villa, y hoy quiero hacer otros planes.

Con una resolución firme, me levanto de la mesa y me dirijo a la recepción. Quiero encontrar un momento de paz y claridad, y la meditación suena perfecta para ello. Al llegar, veo a la recepcionista sonriendo.

—Hola, ¿a qué hora es la sesión de meditación? —pregunto, sintiendo cómo la calma empieza a invadirme.

—La próxima sesión comienza en media hora —me responde, y una sensación de alivio me envuelve.

Decido inscribirme. Necesito centrarme y alejar mis pensamientos de las distracciones externas, incluso si eso significa dejar atrás la curiosidad sobre el misterioso hombre en la playa. La meditación es mi prioridad ahora. Quiero encontrar un momento de paz antes de que todo regrese a la realidad, un espacio donde pueda escuchar mis propios pensamientos y emociones sin distracciones.

En la sesión de meditación, me siento en un rincón tranquilo, rodeada por la atmósfera relajante que se crea con el suave murmullo de la música y el aroma del incienso. A medida que me concentro en mi respiración, una sensación de ligereza me envuelve.

Cierro los ojos y dejo que mis pensamientos fluyan, tratando de despejar la confusión que me ha seguido durante estos días. La tranquilidad me abraza, y en este estado de calma, empiezo a darme cuenta de lo que realmente quiero.

La meditación termina, y con una nueva claridad en mi mente, me levanto y salgo de la sala. Regreso a mi villa, sintiendo el aire fresco de Bali en mi rostro. Cada paso hacia mi espacio me llena de una mezcla de emoción y determinación. Estoy lista para enfrentar lo que viene, sabiendo que estoy un paso más cerca de encontrar mi camino. Al llegar, cierro la puerta tras de mí, sintiendo la paz que me rodea mientras me sumerjo en mis pensamientos.

Regreso a la villa y me lanzo en la cama, sintiéndome totalmente relajada. Sin embargo, un vago recuerdo de mi embarazo se desliza en mi mente, llevándome de vuelta a un tiempo de lágrimas y confusión.

Recuerdo aquellos días en los que lloraba a mares, atrapada en un torbellino de emociones. Oliver siempre estaba ahí, dispuesto a consolarme, a ofrecerme su hombro mientras me desahogaba. Cada vez que veía a Carlos, tan feliz, era como si una punzada de dolor me atravesara el corazón. La imagen de él disfrutando de su vida me resultaba insoportable, y me costaba aceptar que yo no podía estar a su lado.

Así estuve casi un año y medio, atrapada en ese ciclo de añoranza, sin poder arrancar a Carlos del rincón más profundo de mi corazón. Pero, poco a poco, empecé a notar algo diferente en Oliver. A medida que él se quedaba a mi lado, me daba cuenta de que mis ojos comenzaban a verlo de otra manera. Ya no era solo el amigo comprensivo y paciente; empezaba a verlo con amor y confianza.

Hubo un momento, en una tarde lluviosa, cuando Oliver me llevó a casa después de una consulta médica. Mirábamos la lluvia caer a través de la ventana, y él se sentó a mi lado, tomándome de la mano con suavidad. En ese instante, sentí una calidez que me llenaba por dentro, y por primera vez, me di cuenta de que podía confiar en él para ser mi refugio.

A pesar de mi corazón dividido, empecé a permitir que los sentimientos por Oliver florecieran. Era un amor que crecía de manera sutil, como una semilla plantada en un suelo fértil, y me sorprendió la forma en que se sentía tan natural.

Me voy a la ducha y, por primera vez en mucho tiempo, no siento que todo me pese. El agua caliente cae sobre mí, llevando consigo las tensiones acumuladas y el peso de mis preocupaciones. Me dejo envolver por el vapor y el murmullo del agua, sintiéndome renovada, como si cada gota limpiara no solo mi piel, sino también mi mente y mi corazón.

Al salir, me miro en el espejo y veo una nueva determinación en mis ojos. Me siento segura y lista para volver, lista para enfrentar lo que venga con una mente clara y un corazón más ligero. La incertidumbre ya no me asusta tanto; más bien, la veo como una oportunidad.

Empiezo a empacar mis cosas, eligiendo cuidadosamente lo que llevaré conmigo. Cada prenda, cada objeto, es un recordatorio de este tiempo en Bali, de la introspección y el autodescubrimiento. Siento que estoy llevando más que simples pertenencias; estoy empacando la claridad que he encontrado y la fuerza que he cultivado.



Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora