III. PARTE NEW YORK 1.4

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Sin decir ninguna palabra, entro a la cocina. Mi presencia hace que ambos se pongan rígidos, pero ignoro la tensión y me dirijo a la nevera. Abro la puerta y sirvo un poco de agua en un vaso, sintiendo el frío del cristal contra mis manos. La sensación del agua fresca me ayuda a calmarme un poco.

Oliver me observa, sus ojos fijos en mí, como si quisiera decir algo, pero las palabras se quedan atrapadas en su garganta. La atmósfera es densa, cargada de lo no dicho. A medida que bebo, siento la mirada de Oliver, y por un instante, me pregunto si él también siente la misma confusión que me atormenta.

—¿Has buscado hotel? —pregunto, rompiendo el silencio que nos envuelve.

—Está bien, Lu —dice Carlos—. Me iré. ¿Puedo llevar a los niños mañana a pasear?

—Sí —susurro—. Claro que puedes.

Asiente comprensivo, se levanta del taburete y se acerca a mí. Me da un beso en la frente, y cierro los ojos por un momento, sintiendo su calidez. Su mano roza mi hombro, un gesto que me provoca un torbellino de emociones.

—Llama si me necesitas —dice, su voz suave y reconfortante—. Les daré un beso a los niños.

Abro los ojos, observando su expresión. Hay una mezcla de determinación y tristeza, como si estuviera lidiando con su propio dolor al mismo tiempo que intenta ser fuerte para mí.

—Gracias, Carlos —respondo, sintiendo que estas pequeñas interacciones nos mantienen a flote en medio de la tormenta que nos rodea. Aunque las cosas son complicadas, hay un destello de conexión en este momento, una chispa que todavía no hemos perdido.

Cuando Carlos se va, solo quedamos Oliver y yo en la sala. El silencio se siente pesado, como si el ambiente estuviera cargado de todas las palabras que no hemos dicho.

—Así que andabas como loca buscándome —dice, mirándome con esa mezcla de curiosidad y reproche en su voz—. Vamos, es tarde, Lucía.

—Oliver —lo miro a los ojos, sintiendo la urgencia de sacar todo lo que tengo dentro—. ¿No hablaremos?

Hay un momento de pausa, y puedo ver cómo sus pensamientos giran tras su mirada. La tensión en el aire es palpable. Sabemos que hay muchas cosas que necesitamos aclarar, pero también hay un miedo latente a abrir viejas heridas.

—Quiero hablar, de verdad —insisto, sintiendo la necesidad de ser honesta—. No podemos seguir así, como si nada pasara.

Oliver suspira, su expresión se suaviza.

—Tienes razón —admite—. Tienes mucha suerte de que me encantes y de que te ame demasiado.

—¿Por qué? —pregunto, sintiendo la curiosidad en mi pecho.

—Porque no ha pasado un segundo desde que me voy y ya siento que te extraño.

—Oliver, no quería lastimarte —digo, mi voz temblando ligeramente.

—Sí que lo hiciste —se acerca, su mirada intensa sobre mí—. Pero no sabía que estabas como loca buscándome y que habías echado a Carlos.

En su voz hay una mezcla de malicia y felicidad, lo que me deja un poco confundida.

—Sí, hablaremos, Lucía —continúa—, pero no ahora. La próxima vez que hablemos, solo quiero escuchar que me amas, solo a mí. Necesito que aclares tu mente, y luego seré todo tuyo.

Su declaración resuena en mí, y siento cómo las emociones se agolpan en mi pecho. Agradezco su honestidad, pero al mismo tiempo, me preocupa no estar a la altura de sus expectativas.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora