III. PARTE. NEW YORK 1.1 Y

245 23 0
                                    


Siempre que llego a casa en Queens, New York, los pequeños aún no han regresado del paseo con Grace, mi mejor amiga. Sentada en el sofá, espero con ansia que la puerta se abra para verlos correr hacia mí. Unos minutos después, escucho la puerta abrirse y ahí vienen corriendo hacia mí. Carlos se agarra de mis piernas y Alexandra hace lo mismo desde el otro lado.

—Qué te puedo decir, hace un calor que quema afuera —dice Grace—. Han comido helado en abundancia.

—¡No mucho helado, eh!

—Mami, mira mi pulsera —dice Alex—. Grace me la compró.

Sonrío. La señora Sandra, una cubana amable y asombrosa, entra por la puerta y los niños se vuelven locos.

—Señora, disculpe, he llegado tarde, me he ocupado con...

—No pasa nada —digo—. Necesitan un baño.

—Mami, pero quiero jugar.

—Carlos, primero un baño.

Hace un puchero y Sandra se los lleva arriba.

—No me digas que vas a cocinar. Venga, ya debes estar cansada, pidamos algo de comer.

—Sabes que nunca me acostumbré a la comida de aquí.

Nos vamos a la cocina y ella saca un paquete de su bolso, lo deja sobre la isla y me mira con ternura.

—Es de Pablo.

—¿De verdad? —sonrío—. No creo que quiera saber de una madre soltera con dos hijos.

Se me queda mirando mientras preparo la cena, lo abre y me muestra una invitación a la final de la Champions.

—No iré —la miro—. Llevo cuatro años escondida de las cámaras.

—No puedes vivir así toda la vida, él...

—Ni lo menciones.

—Pues debe saberlo, es el padre, vamos...

—Se va a casar —la miro.

—Entonces sabes de él.

—Solo lo que dicen.

Se sienta en el taburete y me mira. Grace es muy atenta y la conocí en el trabajo. Es fiel y siempre ha estado para mí.

—Se lo diré, Grace —digo—. No aún.

Soy la directora de una revista de moda en New York. No todo ha sido color de rosa. Carlos y Alex ya tienen cuatro años y los primeros dos fueron los más difíciles.

—Vale —se rinde—. No diré más nada.

Asiento. Unos minutos después estoy con los niños en el sofá viendo cómicas. Alex se duerme en mis piernas. Carlos es igual que su padre, con su cabello abundante y dos pares de ojos grandes castaños que me miran.

—Mami —dice—. Quiero un regalo.

—¿Un regalo, mi amor?

Asiente.

—¿Y qué es, amor?

Se levanta y saca un papel de revista de debajo del sofá. Es un artículo incompleto de Audi, un auto de F1.

—Carlos —lo miro—. ¿De dónde has sacado eso?

—En el parque.

—Cariño —le sacudo el cabello—. Vale.

—¿Me comprarás un coche así?

Asiento, beso su cabello y lo atraigo hacia mí. Cuando es la hora de dormir, nos vamos los tres a la cama. Le escribo un texto a mi padre antes de dormir.

Sandra llega temprano mientras me alisto. Es un poco tarde, pero voy a tiempo. Tengo una reunión importante y tengo a Grace encima llamándome.

—Mami —dice Alex—. ¿Podemos ir con Grace a comer helado?

—Cariño, hoy helado no.

—Pero mami...

—No pasa nada, mi amor —le doy un beso—. Vendré temprano y veremos Barbie.

—No quiero ver Barbie —dice Carlos.

Sandra se los lleva al ver que se están poniendo habladores. Antes de salir, les doy un abrazo y me despido de ellos.

Salgo en mi Mercedes y me dirijo hacia la ciudad. Tomo un poco de tráfico y olvido por completo decirle a Fátima que me enviara el repaso de mi agenda.

Al llegar al edificio, subo a mi oficina y entro apresurada. Me quito el saco y unos minutos después Fátima está en mi oficina.

—Señora —dice—. La reunión ha sido cancelada.

—¿De verdad? —me desplomo en la silla.

Asiente, se me queda viendo atentamente.

—¿Qué sucede?

Sacude la cabeza, sale de la oficina y maldigo en silencio. En las próximas horas me concentro en mi trabajo y estoy en dos reuniones muy tediosas. A la hora del almuerzo, llamo a Sandra y todo está bien.

—Grace —la miro—. ¿Qué te sucede?

—Joder, ya no puedo más. Te he salvado el pellejo hoy, pero no sé si podré para el miércoles.

—¿De qué hablas?

Estamos almorzando al aire libre, se queda mirando su plato.

—La reunión que cancelaron es para Carlos Sainz.

Mi boca se seca, todo se detiene. La miro sin poder articular una palabra.

—Sobre su boda, Derek no te lo ha dicho porque él lo sabe. Entonces...

—¿Carlos sabe que estoy aquí?

Asiente, me llevo las manos a la cara. Bebo un poco de agua.

—Derek me pidió que fuera yo, pero Carlos ha dicho que si no es contigo, la reunión no le dará la cobertura a la revista.

—¿Por qué Derek no me lo ha dicho?

Grace mira hacia la calle.

—Lucía, han pasado cuatro años —dice—. Entiendo que seas feliz ahora... pero...

—Mierda —dice Grace—. No lo sé, amiga.

Dejo de comer y tomo mi teléfono para llamar a Sandra y confirmar si está bien.

—Lu —dice—. No sabe dónde vives.

—Claro que lo sabe.

—No lo sabe. Si fuera así, ya estaría en la casa.

Asiento.

—Grace, será mejor que me vaya —digo—. Quiero estar con mis hijos.

Grace me mira preocupada. Subimos al edificio y efectivamente, Derek, el presidente, me espera fuera de la oficina.

—Pudiste habérmelo dicho.

—Pues no quería incomodarte.

—Necesitamos hacer esto —dice—. Cubrir su boda vendría genial para la revista.

La boda... Han pasado cuatro años, pero cada día parece que fuera ayer que salí del paddock. Cierro los ojos.

—Vale —digo—. Pero no llevaré esa directiva.

—Si te lo pide, lo tendrás que hacer.

—Pues que se joda.

Al llegar a casa, me dejo caer en la cama, llevándome las manos a la cabeza. No estoy lista para ver a Carlos de nuevo, no después de tantos años. El miedo y la culpa me invaden, y me preocupa cómo afectará esto a mis hijos. ¿Debo decírselo?

Debe de odiarme. ¿Qué otra opción tenía? No podía quedarme a su lado cuando su corazón siempre perteneció a Judith. Ahora que va a casarse con otra, no sé cómo enfrentar esta realidad.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora