III. PARTE BALI 1.1

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El aire húmedo me envuelve cuando bajo del avión, y por primera vez en mucho tiempo, siento algo cercano a alivio. Pero sigue estando esa voz, esa sombra en el fondo de mi mente, que se pregunta: "¿Habré hecho bien en irme?". Pienso en los niños, en Carlos, en Oliver. ¿Se sentirán abandonados? ¿Habrá entendido Oliver que esto no es un adiós definitivo, sino un susurro desesperado de auxilio?

Me quedo en una villa apartada, alejada de las playas llenas de turistas. Aquí, todo es verde, quietud, susurros de agua corriendo por pequeños estanques. Camino por los senderos de piedra, notando cómo mis pasos son lo único que resuena a mi alrededor. Es extraño no escuchar las voces de mis hijos, su risa, su constante presencia. Extraño su abrazo pequeño y cálido, y el sonido de Alex al intentar pronunciar palabras difíciles. ¿Cómo estará? ¿Me extrañará?

El silencio es abrumador, pero también lo es la libertad. Durante los primeros días, no puedo dejar de llorar. Me siento en la orilla de un pequeño lago, las piernas recogidas contra mi pecho, y simplemente dejo que todo salga. Cada lágrima es por algo distinto: por la traición de Carlos, por la confusión con Oliver, por los años en que me olvidé de mí misma, perdida en un rol que ni siquiera sé si elegí.

Han pasado dos días, y lo primero que hago al levantarme esa mañana es hablar con mis hijos. Al ver sus caritas en la pantalla del teléfono, me invade una mezcla de alivio y melancolía. Están con su abuelo, y, por lo que me dicen, parece que están bien. Sus risas, aunque distantes, suenan como un bálsamo para mi corazón. Me cuentan lo que han hecho, cómo Alex ha estado jugando con los coches de juguete que le dejó Oliver antes de irme, y cómo Carlos ha intentado leer un cuento con las palabras difíciles que siempre se le atragantan. El abuelo parece tener todo bajo control, y saber que Grace los visita regularmente me reconforta aún más.

Espero nunca más estar en esta situación, tan lejos de ellos, con tantas cosas sin resolver. Pero este espacio también es necesario, lo sé. No puedo volver a caer en el mismo ciclo, necesito ser más fuerte, más clara, para ellos y para mí misma.

Me levanto despacio, dejando el teléfono a un lado, y camino hasta el espejo. Mis mejillas están rojas, quizá por el sol de Bali o tal vez por la emoción de haber hablado con mis hijos. Sea lo que sea, no importa. Hoy será diferente. Decido que no me voy a permitir caer en la tristeza o la nostalgia como en los días anteriores.

Salgo al balcón y respiro el aire fresco de la mañana. El sol apenas asoma entre las palmeras, y el sonido de las olas a lo lejos me llena de una energía renovada. Hoy quiero hacer algo que me recuerde quién soy, quién quiero ser fuera de todo lo que me ha estado rodeando. Me visto con algo ligero, lista para un día que, por primera vez en mucho tiempo, será mío. Sin pensar en Carlos, sin pensar en Oliver. Solo en mí.

Llegar a Bias Tugal Beach me da la sensación de que he encontrado justo lo que estaba buscando. El viaje hasta aquí ha sido largo, pero al poner un pie en la arena, siento que cada minuto ha valido la pena. La playa está casi desierta, y el sonido del mar es como una melodía suave que me envuelve, aislándome del mundo.

De pie frente al océano, dejo que las olas me mojen los pies, sintiendo el agua fresca y clara como una caricia. Aquí no hay juicios, ni conflictos. Solo yo, el mar y este momento. Me siento en la arena, dejando que el sol caliente mi piel, y cierro los ojos, intentando que cada pensamiento desaparezca. Pero inevitablemente, todo vuelve: mis hijos, Oliver, Carlos... la vida que dejé atrás, aunque solo sea por unos días.

Tomo mi bolso con la intención de sacar algo de comer cuando, de repente, siento un golpe suave en la cabeza. Al principio, me quedo aturdida, llevándome la mano al lugar del impacto. Veo que ha sido una pelota, y enseguida oigo las risas de unos niños que corren a lo lejos, divertidos por el accidente.

Quiero que me mires- Carlos SainzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora