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Cuando Hinata regresa de Brasil, no estás seguro de qué pensar.
Él ha sido tu mejor amigo durante muchos años, pero no puedes evitar sentir que el corazón se te sale del pecho al verlo. Ya era insoportable en persona, pero es aún peor en persona.
Él se sienta en tu sofá, bronceado y con jet lag, con las piernas bien abiertas mientras se inclina hacia atrás. Su mirada es perezosa mientras te mira, de pie entre sus piernas con tus brazos cruzados.
—Vamos, cuéntamelo —te sonríe y tú estás a punto de derretirte—. ¿Qué te tiene tan alterada? Has estado rara toda la noche.
No puedes encontrar las palabras para decir "estás jodidamente buena, deberíamos besarnos", así que simplemente sacudes la cabeza.
Pero Hinata no es tonta. El chico que dejó Japón puede haber sido ingenuo, pero no lo es. Él sabe exactamente lo que está pasando. No importa lo que estuviera pasando durante la película que te morías por ver, tus ojos nunca lo dejaron.
—Está bien, hazlo a tu manera —levantó las palmas de las manos en señal de rendición, con una sonrisa todavía en sus labios. Te giras para caminar hacia tu habitación, pero te detienes rápidamente cuando Hinata te tira hacia su regazo.
" shoyo !"
"Siempre podría sacártelo con cosquillas", se ríe entre dientes, sus dedos bailando por tus costados mientras te retuerces en su agarre, soltando risas mientras él te sonríe ampliamente.
En medio del intento de escape, te encuentras sentada perfectamente en su regazo, demasiado distraída para darte cuenta. Él presiona sus caderas contra las tuyas y un jadeo se cuela entre tu risa. Él detiene sus dedos, deslizándolos hacia tus caderas, y tus risas se detienen en el fondo de tu garganta.
—¿Qué pasa? —pregunta, con la cabeza inclinada y la lengua asomando entre los dientes. Tu respiración es rápida y superficial, tus manos todavía agarran sus muñecas. —Parece que necesitas algo de atención —dice con voz áspera, acentuando sus palabras con un apretón de tus caderas.
"S-shoyo", susurras, mirándolo con los ojos entornados. Él sonríe.
—¿Qué, cariño? —Sus manos se deslizan por tu estómago y tu cintura, sus pulgares rozando tus ahora endurecidos pezones que sobresalen de tu camisa de dormir. Él empuja sus caderas hacia arriba al mismo tiempo, sonriendo mientras jadeas y te arqueas ante su toque.
Sus manos permanecen sobre tu pecho por un momento, antes de levantarlas para ahuecar tus mejillas. Él te devuelve la mirada antes de pasar su pulgar por tu labio.
