¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Apagas el móvil y te quitas los zapatos. Entras por la puerta tambaleándote con las bolsas de la compra y te ríes el uno del otro porque has dicho algo muy, muy inapropiado delante de tu antiguo vecino. Mientras intentas sacar las llaves del apartamento, las compartes. La luz amarilla dorada añade un brillo agradable y natural, algo a lo que estás acostumbrado.
Los viernes por la noche siempre han sido iguales para ti y Tetsuro. Años de noviazgo y de matrimonio han contribuido a que cayeras en esta rutina. Atrás quedaron los días en los que trabajabas hasta tarde y te quedabas horas extra o disfrutabas de elegantes fiestas de JVA con música y gente a todo volumen.
Ahora hay una película y tú estás mirando la televisión mientras él te mira a ti. Un juego de mesa desplegado, pero él sigue perdiendo debido a lo que tiene delante. Sin embargo, está bien, piensa, resulta que eres una de las pocas (únicas) personas con las que no le importaría perder. Se te forma un puchero en los labios mientras tus ojos están pegados a la televisión, combinado con el bonito pijama que llevas puesto, se pregunta qué bien habrá hecho para poder llamarte suya.
La manecilla del reloj se acerca a las diez. Has visto la mitad de esa película que conoces muy bien, el juego de mesa sigue desplegado, excepto que ahora los dados y las piezas están esparcidas en algún lugar (tendrás que buscarlas mañana) mientras él te tiene en su regazo, salpicando tu rostro de besos, palabras dulces cayendo de sus labios. Te tiene mareada, una sensación cálida en tu pecho te hace acurrucarte contra él. Sus manos se extienden hacia tu rostro, inclinándolo hacia arriba. Lenta y dolorosamente, sus labios se acercan a los tuyos, y finalmente se tocan.
Y así no hacía falta nada más.
Porque no hay nada como no hacer nada contigo.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
