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Tú mismo te hiciste esto.
Había estado en otro de esos episodios suyos en los que se encerraba en su habitación y estudiaba, y te sentías mal...
Fuiste tú quien se ofreció.
Y sin embargo, allí estabas tú, con el rostro enterrado en su pecho y la voz amortiguada por su sudadera...
Podías sentirlo .
Su pene latía con fuerza dentro de ti, y tus ojos temblaban ante la mera sensación de estar tan lleno. Gemidos salían de tus labios y tratabas de moverte, de moverte en su regazo, de intentar conseguir incluso un poco de estimulación, haciendo todo lo posible para no balancearte contra él, pero era muy difícil.
Fue casi injusto.
¿Cómo pudo actuar con tanta indiferencia ante todo esto?
Podías escuchar el sonido familiar de su bolígrafo rascando el papel de su cuaderno, y aunque normalmente lo encontrarías reconfortante, ahora no lo era en absoluto .
"'Jirooo..."
Nuevamente te acurrucaste contra su pecho, sintiendo su mano libre clavar sus uñas en la piel expuesta de tu cintura como advertencia. Un pequeño zumbido fue todo lo que recibiste como respuesta; él siguió escribiendo, con la atención centrada en sus notas con esa misma aura de concentración que siempre te había tenido tan completamente cautivada por él. Solo pensarlo te hizo apretar su pene, y él presionó tu piel una vez más.
Dejaste el bolígrafo suavemente sobre la mesa y escuchaste el leve movimiento de una página : supusiste que era su libro de texto. Y supiste que no había nada que pudieras hacer en ese momento para lograr que te follara.
Tenía su brazo sobre ti para mantenerte en el mismo lugar. La mayor parte del tiempo permanecía quieto, de vez en cuando te frotaba la espalda de arriba a abajo, un estímulo silencioso y sin palabras. Tenías que ser buena. Eso lo sabías . Si había algo que sabías sobre él (y, podría decirse, sabías bastante) era que siempre había un precio que pagar por ir en contra de sus deseos. Y Shirabu te dijo que no te movieras.
Así que, a pesar del anhelo ardiente por perseguir tu placer, a pesar del calor que se acumulaba entre tus piernas y se filtraba sobre su regazo, esperaste.
Tú esperaste.
Hasta que pudiste sentir que soltaba un suspiro lento, su polla se movía de una manera que te hizo jadear, y su mano se estiró para acunarte en sus brazos.
Su cabeza también descansaba sobre tu hombro. Su aliento acariciaba tu piel y, para tu deleite, se movió.
Sólo el más leve movimiento de sus caderas, su polla presionándose aún más dentro de ti.
