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Era viernes, la quinta vez esta semana que tu compañero de cuarto llegó tarde a casa. Las 11 p. m. Echó un vistazo alrededor del dormitorio, notando los platos que había dejado en el fregadero esta mañana, las migas que había dejado en la encimera y la caja de pizza de anoche todavía en el sofá. Estaba un poco sorprendido, ya que normalmente limpiarías la habitación, pero estaba demasiado cansado para reaccionar. Se movió entre el desorden y te encontró acostada en su cama. Llevabas una camiseta holgada gris con pantalones cortos de delfines escondidos debajo. Te acostaste en el medio de su cama, mirándolo con indiferencia desde tu teléfono.
—Entonces, ¿cuándo planeabas arreglar la casa, Tsutomu?
—Hombre —se secó la frente, molesto por tu actitud confrontativa.
Había estado tan ocupado saliendo con amigos o trabajando que siempre dejaba su desorden para que tú vivieras en él. Nunca te pidió que lo limpiaras, pero a nadie le gusta vivir en una casa sucia, y tú estabas harta de su mierda.
"¿Bueno?"
"Bueno, ¿qué? Estoy cansado. Sal de mi cama, por favor. Me voy a dormir".
—No —respondiste tercamente. Cruzaste los brazos y colocaste el teléfono sobre el pecho.
"Está bien entonces."
El chico de cabello morado se subió a la cama, llenando el pequeño espacio a tu derecha.
"¿Puedo tener una manta?", miró hacia allí, "estás acostada encima de ella".
Ni siquiera hiciste contacto visual, "no".
Intentó tirar de la colcha negra que estaba debajo de ti, pero no pudo conseguir suficiente manta, "hermano, ¿puedes moverte, carajo?"
Tsutomu nunca te maldijo ni tuvo mala actitud. Sus palabras agudas te cortaron el corazón con rabia.
—¿Puedes limpiar el dormitorio, carajo? —Te giraste y te apoyaste un poco sobre tu codo derecho para mirarlo.
"¿Qué pasa con tu maldita actitud?"
Sin siquiera pensarlo, te subiste encima de él, "si al menos limpiaras los mostradores o tiraras la basura antes de irte en la mañana, para hacer Dios sabe qué o quién, no tendría esa actitud, Tsutomu, ¿piensas en eso?"
Ustedes dos se miraron a los ojos, ambos enojados el uno con el otro. Un silencio incómodo y enojado llenó el aire. Una tensión creció entre ustedes dos, y no era solo rabia, ¿sino más bien lujuria?
Tsutomu inesperadamente te agarró la cara, besándote descuidadamente por un breve momento.
—Mierda —se apartó, sorprendido por sus propias acciones—. Mierda.
Lo interrumpiste y te inclinaste hacia atrás para besarlo, Tsutomu dejó escapar dulces gemidos en tu boca.
Tú y Tsutomu nunca hablaron realmente de nada sexual, sólo se conocieron porque en su universidad había dormitorios mixtos; los obligaron a hacerlo, ya que compartir era un requisito. A veces lo escuchabas traer a una chica y te tocabas ante sus gemidos quejumbrosos, pero a la mañana siguiente ambos pretendían que no había sucedido. Sin embargo, tenías curiosidad por saber qué era exactamente lo que lo hacía quejarse tanto y cómo podías hacer que se derritiera de esa manera.
