Narra Israel: El sábado llegó con un aire pesado. Por primera vez desde que había conocido a ____, ella no estaría en las gradas para apoyarme, aunque siendo honesto, esperaba que al final si estuviera ahí. Me desperté muy temprano, incluso antes de que sonara la alarma. No podía seguir acostado, dándole vueltas al mismo tema, así que decidí salir a correr. El aire fresco de la mañana me despejó un poco, pero no lo suficiente como para calmar mi mente.
Regresé al hotel, tomé una ducha rápida y bajé a desayunar con los chicos. Intenté seguirles el ritmo en la conversación, reírme de sus chistes y enfocarme en el partido, pero mi cabeza seguía en otro lado. Después del desayuno, cada uno volvió a su habitación para empezar a prepararse.
Cuando estaba guardando mis cosas en la mochila, escuché cómo la puerta de mi habitación se abría de golpe. Era todo el grupo de chicos, encabezados por Henry.
Ramón: ¡Vamos, hermano!. Hoy es nuestro día, necesitamos que estés al cien.
Henry cruzó los brazos, mirándome con esa seriedad que lo caracteriza como capitán.
Henry: Mira, Israel, sé que tienes muchas cosas en la cabeza, pero cuando salgas a esa cancha, olvídate de todo. Concéntrate en el juego, en el equipo. Lo que sea que te esté molestando puede esperar.
Asentí, agradeciendo sus palabras. Ellos siempre habían sido como una segunda familia para mí, y en momentos como este, lo sentía aún más.
Subimos al autobús y salimos rumbo al estadio. El ambiente estaba lleno de nervios y emoción, pero yo no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Emilio, sentado frente a mí, volteó y lanzó un comentario sin malicia, pero que me dio directo en el corazón.
Emilio: Oye, Israel, las chicas ya están en los palcos. Bueno... menos ____.
Me quedé en silencio. Sabía que no había mala intención en lo que dijo, pero escuchar su nombre me hizo sentir aún más la ausencia. Intenté disimular, mirando por la ventana y ajustándome los auriculares.
Al entrar al vestidor, el equipo seguía dándome ánimos, y traté de alimentar esa energía. Me puse los tacos, me ajusté la camiseta, y cuando llegó el momento, salimos al túnel. El estadio rugía con los gritos de los aficionados, un sonido que normalmente me llenaba de adrenalina, pero esta vez sentí que algo faltaba.
El primer tiempo fue complicado. No lograba concentrarme del todo, y eso se reflejaba en mi desempeño. Perdí un par de balones importantes. El entrenador me gritó desde la línea, pidiéndome que me enfocara, pero yo apenas podía escuchar.
En el descanso, Henry se acercó y me tomó del brazo.
Henry: Escucha, Israel, sé que algo te está pesando, pero el equipo te necesita ahora. Esto es más grande que cualquiera de nosotros. Enfócate en lo que estás aquí para hacer.
Respiré hondo y asentí. Sabía que tenía razón. Salí al segundo tiempo decidido a dejar todo en la cancha. Y lo hice. Recuperé balones, distribuí pases, y al final, en el minuto 88, marqué el gol de la victoria. Mis compañeros me abrazaron, y por un momento, el peso en mi pecho se alivió.
De regreso al vestidor, el ambiente era de celebración. Todos me felicitaban por el gol, pero yo apenas podía sonreír. En el fondo, seguía pensando en ____. Mientras los chicos seguían festejando, me aparté un momento y saqué mi teléfono. Tenía mensajes sin leer de ella, pero no los abrí. Miré la pantalla por unos segundos, preguntándome si debía llamarla o escribirle, pero al final lo guardé.
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar lo que estaba pasando entre nosotros, pero aún no estaba listo. Por ahora, solo quería disfrutar este pequeño respiro, aunque fuera breve.
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