Narra Israel: El día había sido una montaña rusa de emociones. Era la oportunidad que tanto había estado esperando, el momento para dejar salir todo lo que sentía y, si había suerte, comenzar a reparar lo que habíamos perdido.
En el departamento, los chicos se movían rápido, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Velas, luces, flores... Cada detalle importaba. Las chicas también empezaron a llegar una a una para ayudar con los últimos preparativos y mantenerme distraído mientras esperaba. La última en aparecer fue Sabrina, quien entró con aire triunfante y anunció:
Sabrina: Ya hablé con ella. Me costó un poco, pero aceptó verme. La cité en el McDonald's que está a unas calles de aquí a las siete.
La sensación de alivio fue inmediata. Aunque los nervios no me abandonaban, al menos había un plan y la esperanza de que esta noche pudiera arreglar todo.
Mientras esperábamos, el tiempo parecía moverse más lento que nunca. Cada minuto que pasaba, mi mente se llenaba de posibles escenarios. ¿Y si no quería escucharme? ¿Y si estaba tan molesta que no podía perdonarme? ¿Y si...?
No tenía respuestas para nada, pero me aferré a la idea de que esta cena sería el primer paso, pero cuando se acercaron las siete de la noche, todo en mi interior era un caos.
A las 7:30, Sabrina volvió a mirar su celular.
Sabrina: Todavía no llega, pero tranquila, seguro está en camino
Seguro está en camino, me repetí. Pero a las 8:00, no había señales de ella. El reloj siguió avanzando, y a las 9:30 ya no había cómo disfrazar la preocupación. Sabrina y los demás trataban de calmarme, pero yo ya no podía pensar con claridad.
Israel: Tal vez se dio cuenta de que esto era un plan...
Henry: No saques conclusiones tan rápido. Seguro tiene una razón.
El ambiente se fue enfriando junto con la comida, las velas se consumieron hasta dejar pequeños charcos de cera, y las luces que habíamos colgado comenzaron a parecer absurdas.
A las 11:30, todos habían decidido irse. Sabrina se quedó un poco más para asegurarse de que estuviera bien, pero cuando le insistí en que no pasaba nada, que podía irse, terminó despidiéndose con un gesto de tristeza en el rostro.
Finalmente, el departamento quedó en silencio. Me quedé sentado a la mesa, mirando todo lo que habíamos preparado para esa cena que nunca sucedió. Frente a mí, el álbum de fotos que me había regalado seguía ahí, como un recordatorio de todo lo que había perdido.
Pasé mis dedos por la portada, sintiendo el peso de cada recuerdo dentro de esas páginas. No había querido aceptar cuánto la extrañaba, pero esa noche, sentado solo en una habitación llena de símbolos de un amor que parecía escaparse entre mis manos, ya no pude contenerlo.
Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas al principio, pero pronto se convirtieron en un torrente incontrolable. Era la primera vez en mi vida que lloraba de esa manera, con el corazón completamente roto.
El miedo de perderla para siempre se hacía más real con cada lágrima, y no podía evitar culparme. Por haber dudado, por haberme alejado, por no haber hecho lo suficiente para demostrarle lo que significaba para mí.
Esa noche, sentado entre restos de una cena que nunca ocurrió, entendí que tal vez ya era demasiado tarde. Pero también supe que, si alguna vez tenía otra oportunidad, no la desperdiciaría. No importaba cuánto costara, iba a luchar por ella.
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