"Epílogo"

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Cansada, pero aún alterada tras hablar con mis padres, subo las escaleras hacia nuestra habitación

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Cansada, pero aún alterada tras hablar con mis padres, subo las escaleras hacia nuestra habitación.

Aunque una parte de mí desearía haber podido protegerlos de mi nueva vida, me alivia saber que ahora conocen la verdad. Que saben en qué clase de mujer me he convertido… y aun así me quieren.

Llego a la habitación, abro la puerta y entro. Todo está a oscuras. Mientras cierro la puerta a mis espaldas, me pregunto dónde estará Dimitri. Aunque me alegra haber podido calmar los ánimos con mis padres, el hecho de que él se levantara de la mesa sin una palabra me preocupa. ¿Había pasado algo? ¿O simplemente se había cansado de nosotros?

¿Se había cansado de mí?

Ese pensamiento me golpea el pecho con fuerza, pero antes de que pueda procesarlo, mis ojos captan la sombra de una figura junto a la ventana.

El pulso se me dispara. Un escalofrío de terror primitivo me recorre la espalda mientras tanteo en busca del interruptor.

—Déjala así —dice Dimitri en la oscuridad, y mis rodillas casi se doblan de alivio.

—Gracias a Dios… Por un momento no sabía quién eras —susurro, pero algo en su tono me hace dudar—. Tú…

—¿Quién sería, si no? —Se da la vuelta y cruza la habitación con la sigilosa elegancia de un depredador—. Es nuestra habitación. ¿O se te ha olvidado?

Antes de que pueda responder, coloca las manos a ambos lados de mi cabeza, atrapándome contra la pared.

Contengo el aliento y mis manos se tensan sobre la superficie fría. No sé qué ha provocado su mal humor, pero la tensión en su cuerpo es palpable.

—No, claro que no —murmuro, con la mirada fija en sus facciones ensombrecidas. La poca luz apenas me deja distinguir el brillo gélido de sus ojos—. ¿Qué…?

No termino la frase. Dimitri se acerca aún más y su cuerpo se aplasta contra el mío. Un jadeo queda atrapado en mi garganta al sentir su erección dura presionando contra mi vientre. Está desnudo, excitado, y su olor me envuelve, invadiendo mis sentidos mientras me mantiene atrapada.

Aunque la única capa que nos separa es mi vestido, puedo sentir el deseo que palpita dentro de él… deseo y algo mucho más oscuro.

Mi cuerpo reacciona con una sacudida, un instinto primitivo que me acelera el pulso con un arrebato de miedo. Esto tiene que ser el castigo que estaba esperando. Los médicos han dicho que estoy en buen estado, así que el indulto ha terminado.

—¿Dimitri? —mi voz suena ahogada cuando su mano se desliza hasta mi nuca, sus dedos largos y fuertes casi rodean mi cuello. Su cuerpo, implacable, me encierra con una firmeza que no deja lugar a dudas. Un poco más de presión y…

El pensamiento me tranquiliza de una forma perturbadora, aunque un vacío punzante se instala en mi pecho. Y, sin embargo, mis pezones se endurecen. Su furia es palpable, un fuego oscuro que aviva algo salvaje dentro de mí.

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