"Siempre Mía"

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Han pasado dos semanas desde aquella noche que cambió todo

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Han pasado dos semanas desde aquella noche que cambió todo. Aunque en apariencia Rosa luce más tranquila, hay momentos en los que la descubro perdida en sus pensamientos, con la mirada fija en algún punto indefinido. Me gustaría decir que ha mejorado, que el brillo ha vuelto a sus ojos, pero la verdad es que aún hay una sombra en ellos.

Le insistí en que fuera a terapia, le dije que hablar con alguien podría ayudarla a sanar, pero se negó rotundamente. No discutí con ella, pero tampoco dejé de intentarlo. Sé que cada persona enfrenta el dolor a su manera, y Rosa siempre ha sido de las que prefieren guardárselo todo. Aun así, no puedo evitar preocuparme.

Mis padres también siguen recuperándose. Papá intenta mostrarse fuerte, pero se nota en su expresión que el cansancio y la preocupación lo están consumiendo. Mamá, en cambio, es incapaz de contener las lágrimas cada vez que recuerda lo que pasó. La encuentro llorando en distintos momentos del día, con la mirada baja y las manos temblorosas. A veces, cuando cree que nadie la ve, se lleva las manos al rostro y solloza en silencio.

Me siento un poco mejor… o al menos eso quiero creer. Hay días en los que logro fingir que todo está bien, que puedo seguir adelante como si nada hubiera pasado. Pero las noches me traicionan.

Cada vez que cierro los ojos, las pesadillas regresan.

Veo mis manos manchadas de sangre. Siento su calor pegajoso en mi piel, un recordatorio cruel de lo que perdí. Y luego lo veo… a mi bebé, fuera de mí, frágil, tan pequeño que apenas parece real. Trato de alcanzarlo, de sostenerlo, pero siempre es demasiado tarde. Me despierto con el corazón desbocado y las lágrimas rodando por mis mejillas.

Dimitri siempre está ahí. Se ha convertido en mi sombra silenciosa, sosteniéndome cada vez que me quiebro, susurrándome palabras que antes jamás creí que saldrían de su boca. Por extraño que parezca, él ha cambiado. Ya no es el hombre frío y controlador que conocí. Hay algo distinto en su mirada, algo que antes no estaba.

A veces, cuando creo que está dormido, lo observo. Veo la tensión en su mandíbula, el dolor que intenta ocultar. Sé que también está sufriendo, aunque no lo diga en voz alta. Lo veo en la forma en que me toca, con una delicadeza que nunca antes tuvo. En cómo me mira, como si tuviera miedo de que desaparezca.

La muerte de nuestro hijo cambió algo en él.

En nosotros.

Pero no sé si eso bastará para sanar lo que se rompió dentro de mí.

Después de la sesión de entrenamiento, regreso a casa sintiendo mis músculos agotados, pero con la adrenalina aún corriendo por mis venas. Me doy una ducha rápida, dejando que el agua caliente relaje mi cuerpo, y luego bajo a la piscina para hablar con mis padres.

Los encuentro exactamente como esperaba. Mi padre está sentado en su sillón, con los brazos cruzados y una expresión que oscila entre la desconfianza y el alivio. Mi madre, en cambio, luce bronceada y relajada, como si hubiese pasado las últimas dos semanas en un exclusivo resort.

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