Erin
Sasha Kozlov era el hombre de mis pesadillas, a quien jamás había visto, pero siempre me acompañó durante años. Sus ojos azules encastrados a las cuencas, eran propios de un tirano sin un ápice de escrúpulos o moralidad.
Nunca entendí el motivo por el cual Sasha estaba presente en mi vida, tampoco comprendí por qué me hacía temblar al pensarlo. Y no solo hablaba de miedo, existía otra sensación realmente preocupante que me atravesaba la medula cuando su nombre era evocado por mis pensamientos. Tenía la seguridad de que algún día él se presentaría en esta casa y reclamaría mi sangre.
Nadie saldría a defenderme, yo era una mujer de diecinueve años vulnerable y expuesta como un trozo de carne para el mejor postor, para un lobo que tuviera una gran manada y estuviera dispuesto a pagar por devorarme.
Desde que mi madre se suicidó en la misma casa donde yo habitaba, me quedé sola. Jamás conocí una ínfima gota de felicidad, porque hasta los recuerdos junto a mi madre fueron arrebatados de mi memoria. No había nada, solo leves esbozos de su sonrisa y la mía a través de una neblina espesa que se llevaba todo, sumiéndome en la oscuridad junto a ese par de ojos azules que me seguían a todas partes.
Quise averiguar quién era él y por qué su nombre se repetía en mi memoria, pero cuando se lo pregunté a mi padre, me aconsejó olvidarlo y callar. Tomé su consejo, sin embargo, no desistí de su búsqueda, aunque esta fue un fracaso. En casa no existía nada que pudiera darme alguna referencia, solo papeleo y más papeleo inservible. Lo dejé estar, pero conforme el tiempo transcurría, las pesadillas se volvían más recurrentes, y a pesar de que no temía en ellas, decidía llamarlas pesadillas y no sueños.
—Erin, hemos llegado —anunció Dominic, un francés que se volvió mi guardaespaldas y mi sombra gracias a la última vez que intenté escapar.
—Desgraciadamente.
Mi padre no podría culparme y a él ni siquiera se le debería adjudicar tal papel. Jamás fue un verdadero padre, estuve envuelta en castigos y golpizas, estudios y de nuevo castigos. Él parecía odiarme tanto que ante el mínimo error me trataba peor que una basura. No lo resistí más e intenté huir lejos, con solo algunas joyas y cientos de dólares en mi bolsillo que cogí de su caja fuerte. La fuga fue decepcionante. No pude avanzar lo suficiente cuando sus hombres ya me habían encontrado. Me devolvieron a la mansión y papá me golpeó con su cinturón hasta que se cansó, dejándome inconsciente y herida, con la carne viva.
Bello, ¿no? Pues a eso se reducía mi vida. Si estaba yendo a la universidad fue porque él me necesitaba al frente de la empresa, solo por el dinero y el poder que había en mis manos es que seguía viva, por mi madre es que lo hacía. Si no, seguramente ya estaría muerta.
Dominic abrió mi puerta y bajé enseguida, con ese característico peso en mis hombros al estar en la mansión.
—Sonríe, rousse —murmuró con su marcado acento francés. Atiné a curvar los labios.