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"Hoy siento que no valen mil años de la idea, lo que un minuto azul de sentimiento."
-Delmira Agustini
Erin
El deslizamiento de su dureza estiró las paredes de mi vagina.
El sueño seguía derrumbándome, pero comenzaba a ser consciente de lo que sucedía.
Me encontraba desnuda, el pecho de Sasha se frotaba contra mi espalda, me tenía presionada entre sus brazos, uno por debajo de mi cabeza, el otro enredado en mi estomago con los dedos hundidos entre mis pliegues, masturbándome mientras me penetraba desde atrás con una lentitud desquiciante y placentera, sentía cada centímetro de su pene dentro de mí.
Su aliento rozaba mi oído, gemía en cada estocada, tomándome sin importarle nada. No era la primera vez que me despertaba de esta manera y debo confesar que me encantaba. Él lo sabía, por eso continuaba haciéndolo. Sus caricias eran como un calmante, al estar sometida bajo su posesión podía olvidarme de todo lo que atormentaba mi cabeza.
Solo éramos él y yo, siendo uno solo, a salvo del exterior.
—Sasha —gesticulé entre adormilada y excitada.
—Buenos días, cariño —me besó el cuello y lo sentí llegar más profundo—, ¿estás lista para correrte? Quiero oírte gemir para mí.
—Eres perverso.
—Y tuyo.
Eché la cabeza hacia atrás, recostándome en su pecho, deshaciéndome en sus brazos. Lo dejé continuar jugando con mi cuerpo, su yema áspera raspaba en una fricción deliciosa sobre mi clítoris, siendo una combinación perfecta con su longitud golpeando hasta al fondo.
Me hacia sentir muy llena y completa, aunque el dolor se presentaba en ocasiones por la profundidad de sus embistes y el tamaño alucinante de su pene, lograba disfrutarlo demasiado, esa mezcla de placer y dolor era lo que me hacia necesitar más de él.
Estiré el brazo hacia atrás, tocando su mejilla con mi palma. Él depositó un beso en mi muñeca y luego me penetró despacio mientras aceleraba en ritmo con sus dedos, haciéndome llegar en segundos. Un quejido placentero brotó de mis labios abiertos, para al final volverse una sonrisa de satisfacción inmensa. Las palpitaciones de mis paredes estrujaron su falo erecto, pude sentirlo más duro, grueso y largo, abarcando hasta el más mínimo resquicio de mí.
—Así me gusta, Erin —mordió mi lóbulo y retiró los dedos—, que gimas y te mojes, que me aprietes y pidas más de mí.
Se llevó los dedos húmedos con mi orgasmo a su boca y los limpió completos, jadeando excitado y complacido al sostenerme en sus labios.
—Podría beberme cada uno de tus orgasmos —gruñó bajo—, pero ahora quiero que pruebes el mío, te lo has ganado.
Abandonó mi interior, dejándome helada sin su calor. Desprendía tanta calidez a través de esa masa de músculo, parecía que estaba hecho de fuego.
Se incorporó de la cama y encendió la luz de la lampara sobre la mesita. Por un momento lo admiré, detallando la belleza que poseía. Ahora mismo tenía los brazos tensos y las venas marcándose debajo de la piel entintada y con bordes, las piernas firmes, de pantorrillas y muslos poderosos y duros, que parecían de acero, mostraban una vida de entrenamiento, salpicados por una ligera capa de vello. Entretanto, su torso se hinchaba en cada respiración profunda y rápida mientras esos dedos grandes y fuertes agarraban su pene erecto y lo acariciaban haciendo que las delicadas venas que lo adornaban se pronunciaran a través de toda la longitud suave y dura.