Aquí tienen su bien merecido capítulo💙
Sergey
Reparé en la presencia de Erin, se hallaba dormida en los brazos de su madre mientras sostenía una muñeca de porcelana idéntica a ella, de piel blanca y cabellos de fuego, hasta iban vestidas casi igual.
Cerré la puerta y me desplacé a paso lento hacia Marian. Encendí la lampara de su mesita de noche y ella despertó enseguida, alerta y confundida. Me miró asustada y con cuidado desprendió sus brazos del cuerpo de Erin.
Marian no lo sabía, pero esa sería la última vez que abrazaría a su hija.
—¿Qué haces aquí? Es tarde —dijo. Se incorporó de la cama, tallando sus ojos con los dorsos suaves.
—¿Cuánto tiempo pensabas mantener el secreto? —Increpé. Estaba conteniéndome para no apretarle el cuello.
—No sé de qué hablas.
Mi mano se alzó y atinó un golpe a su mejilla con toda la ira que llevaba arraigada desde que supe su traición.
—¡No me mientas! —Alcé la voz.
Contrariada, observó a Erin, no se despertó, seguía dormida y abrazaba con más ímpetu su muñeca.
—Esa bastarda —señalé a Erin—, no es mi hija.
Palideció y buscó alejarse de mí, sin embargo, la cogí del brazo y la arrastré hacia el balcón, abrí las puertas y el aire frío la hizo temblar.
—¿Con quién me viste la cara? —La abofeteé de nuevo— ¡Dímelo!
—¡Jamás lo sabrás! —Exclamó furiosa— Jamás sabrás quien fue el hombre que me hizo sentir como una mujer de verdad, ¡viva, apasionada, excitada! Lo que tú nunca lograste.
Tensé la mandíbula. Sentía mucha ira dentro de mí, tanta que mis manos temblaban, no estuve en una situación similar, con Elena fui consciente de que tenía esposo, familia, pero con Marian, con Marian me vanaglorié de ser el único y solo quedé como un imbécil.
—Maldita zorra —la cogí del cuello—, eres igual que todas.
—Suéltame —hundió las uñas en mis brazos, rasgándome la piel—, ¡déjame!
—Vas a morirte, estúpida golfa. Vas a morirte y tu hija pagará lo que has hecho.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, forcejaba conmigo, golpeándome y arañándome sin que nada de eso pudiera cambiar su final.
—No vas a tocarla... no puedes...
—¿Crees que no puedo? Voy a llevármela y la venderé al mejor postor, al hombre más enfermo y repulsivo que pueda hallar.
—¡No! No, no, ¡es una niña!
—Eso jamás me ha detenido.
Golpeé su cuerpo contra el borde del balcón, eché una mirada hacia abajo, la altura sería la suficiente para matarla. Deshice mi agarre y ella tosió, precipitándose hacia el suelo con la mano en el cuello.
—No me interesa saber con quién te revolcaste, puta —espeté—, al final de cuentas, Erin pagará por ambos.
—Por favor, no la lastimes, ¡¿cómo puedes tener el corazón tan podrido?!
—Soy Sergey Kozlov, yo no tengo corazón.
La agarré del cabello y la levanté bruscamente del suelo. Chilló de dolor mientras acercaba su cara a la mía.