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Erin
Retiré las gruesas cortinas que impedían que la luz del exterior entrara la habitación; la blancura de la nieve oprimió mi pecho, dándome un mensaje gélido y desolador. Había soñado con esa misma nieve adherida a mis piernas mientras intentaba huir de quien siempre fue mi verdugo:
Sasha Kozlov.
Mencionar su nombre en mi cabeza me causaba escalofríos y una sensación más en la que no profundicé. Trataba de asimilar que Lev nunca existió y que el presagio que continuamente aparecía en mis pesadillas, al fin se había cumplido. Él prometió venir por mí y lo hizo, me tenía a su merced y eso me hacia estar más asustada que al inicio.
La punta de mis dedos tocó las heridas ya cicatrizadas que atravesaban mi abdomen, recordándome que esto era lo menos que ese ruso podía hacerme. No había forma de escapar, aquí eran cientos y cientos de casas cubiertas de nieve, calles vacías, ojos en todas partes, vigilándome, nadie me ayudaría, me encontraba sola. Jamás podría huir, no servía de nada intentarlo cuando estuve en desventaja desde el inicio, solo que no me di cuenta hasta que descubrí quien era en realidad.
Me costaba aceptar que estaba perdida y cautiva a la merced de un sádico ruso.
Me pregunté si Dom me buscaría o al menos pensaría en mí, si mi padre estaba de acuerdo con Kozlov para tenerme aquí. No comprendía nada y me frustraba, porque parecía que toda mi vida era una completa mentira donde yo solo era una pieza que movían a su antojo. Y detestaba sentirme así de usada.
Me alejé de la ventana y sin encender la luz me acerqué a la puerta, tomé el pomo en mi mano y este cedió cuando lo moví. Si Sasha no me tenía encerrada aquí, seguro era porque confiaba demasiado en que no escaparía y sí, tenía toda la razón.
Salí de la habitación solo con una camiseta lisa en color negro y un par de calcetas bucaneras que encontré sobre la cama. Avancé sin escuchar un solo ruido, todo se hallaba en silencio y no me gustaba tanta tranquilidad, sin embargo, mientras bajaba los escalones, escuché la puerta abrirse, presté atención, quedándome paralizada a mitad de las escaleras, ellos hablaban en ruso y demasiado rápido para que pudiera entender lo que decían.
Entonces, los susurros se volvieron más cercanos y fuertes, tuve la impresión de que reconocía una de las voces y no, no se trataba de la de Sasha. Luego, cuando ambas personas estuvieron delante de mí y los susurros callaron, supe por qué se me hacia familiar.
—Dom —articulé casi con esperanza.
—Rousse —susurró aliviado.
Su mirada dio un recorrido exhaustivo de mi cuerpo, vi el alivio en ella cuando no encontró ninguna herida. Preferí que lo creyera así.
En menos de un segundo mis brazos se hallaban envueltos en su cuello, ignoré la presencia de Carlos y me centré en la única persona que me brindaba un poco de calidez en este lugar tan frío. Me aferré a su cuerpo, a su aroma, quería llorar y jamás soltarlo por temor a que desapareciera. Después de tantos días, al fin encontraba a alguien familiar.