Capítulo largo también por la ausencia💙 espero sus comentarios.
"Sea lo que sea que llevo dentro que me hace lo que soy, es como una película. Las películas sólo funcionan en la oscuridad, si las abres del todo y dejas que entre la luz, las matas."
–James Dean
Sasha
Detuve el auto apagando el motor fuera del almacén donde hoy tenía que trabajar; había mercancía que enviar a Italia y Rusia, se me estaban complicando los envíos, pero las complicaciones eran causadas por alguien en concreto con quien tendría que hablar, al menos esperaba poder hacerlo sin terminar metiéndole un tiro en la frente como se lo prometí. Dilataba el momento, me las estaba arreglando con los socios que tenía, mas no podría seguir haciéndolo por mucho tiempo.
Caminé hacia el interior del almacén, Igor se encontraba aquí, cerciorándose de que todo fuera bien, Lyonya se quedó a cargo de los puertos, como siempre, el orden volvía de a poco, estos cuatro meses los llevé sin problemas en las calles, Rusia se mantenía en paz por el momento. El territorio de Nueva York lo controlaba desde aquí, pero Faddei —el padre de la niña con leucemia—, tuvo una motivación enorme para serme más leal que cualquier otro en esa ciudad, así que se convirtió en mis ojos y oídos, al igual que Graham, a quien envié para hacerse cargo de los clubes.
Con Carlos no contaba en los negocios, prefería que se quedara en casa cuidando de Erin. Aunque Andrey hizo un gran trabajo con la seguridad, no podía confiarme y sentirme tranquilo, mucho menos con el bebé.
—Igor —lo llamé al entrar, todos los trabajadores se movían de un lado a otro, apresurándose a terminar mi encomienda—, ¿cómo va todo? —Pregunté, deshaciéndome de la chaqueta y dejándola encima de mi silla.
—Todo está en orden, señor.
—De acuerdo. ¿Y Vania? ¿Lo han revisado? —Igor asintió.
—Sí, sigue con vida.
—No por mucho —me burlé dirigiéndome hacia donde se encontraba.
Seguí por un pasillo iluminado tenuemente por un par de bombillas amarillentas y sucias, de paredes angostas y que desprendían un olor de humedad y suciedad; un incesante goteo de alguna tubería rota llegaba a mis oídos como un molesto eco que quería acallar.
Me detuve en el umbral, el sitio donde lo tenía prisionero ni siquiera contaba con una puerta, no es como si el desgraciado hijo de perra que se hallaba de pie con los brazos extendidos por encima de su cabeza y las muñecas aprensadas por gruesas cadenas, necesitara una. En su abdomen tenía heridas que yo había hecho con anterioridad, las mismas que se infectaron y ahora no lucían nada bien, supuraban y no cicatrizaban, la piel se hinchó, contrayéndose cada vez que se movía, lo que se volvía una tortura.