Ustedes me regalan muchos comentarios y yo les doy muchos capítulos💙
Sasha
Quería matar a medio mundo. Quería encontrar a Erin y azotarla con mi cinturón hasta que no pudiera levantarse por una semana de la cama. Quería muchas cosas, pensé, mientras me paseaba por un club de mala muerte que con anterioridad solía visitar, pero que después fue siendo menos importante, imprescindible, como todo. Bebía despacio el vodka que contenía mi vaso, a la vista de las personas que ingresaban, a la vez que un arma pesada y con todas las balas en el cargador figuraba en mi mano, a la vista de cualquiera que se atrevía a mirar.
Un día. Veinticuatro horas habían transcurrido desde la última vez que vi a Erin. No sabía dónde estaba, ni con quien, si estaba herida, en problemas, siendo usada o...
—Joder —bufé frustrado.
Me preguntaba por qué. Por qué tuvo que ser lo suficientemente estúpida, impulsiva e increíblemente tonta para elegir escapar justo en esa área donde nos encontrábamos. Ignoraba quién se la llevó, quién mierda le ayudó a salir de los almacenes. Ignoraba todo sobre la persona que cometió el error de llevársela, pero joder, ni el mismísimo Satanás querría ver lo que haría cuando la encontrara. Revisamos todos y cada uno de los autos, cada rincón de esos despreciables sitios, tuve que ver cosas que no quería, imágenes perturbadoras que eran demasiado, hasta para mí. Todo por ella, por esa chiquilla estúpida que me había dejado mal parado, herido y con una ira que podía romper a cualquiera.
Pero ¿podía culparla por querer escapar?
No, no podía. Era supervivencia, un impulso que todos llevábamos dentro. Vio la oportunidad y no la desaprovechó. En cierto punto me hacía sentir orgulloso; logró evadirme, logró zafarse de mi cárcel, lo que no muchas personas habían hecho.
Mi chica ruda siempre luchando contra mí.
Oh, muñequita, de nada va a servirte, más temprano que tarde te tendré de vuelta conmigo.
Terminé el contenido de mi vaso. A mi derecha, el barman temblaba ligeramente, lo que venía haciendo desde que volé en pedazos la cabeza de uno de los hombres de Yuri. Ese obeso de mierda no debió tocar lo que era mío.
Llegar a él fue relativamente fácil. Después de que lo echáramos de su puesto en Rusia, el desgraciado hijo de puerca, decidió meterse de lleno en la trata de blancas, por supuesto, debía sentirse en el paraíso al abusar de chicas indefensas sin que nadie dijera nada. Es lo menos que podía sucederles a esas pobres criaturas que tenían la desgracia de caer en sus manos.
Un contacto me informó que se regodeó y de la emoción que sintió no pudo mantener su boca callada y sin la menor cautela se mofó sobre tener una cosita pelirroja y valiosa en sus manos. Sería demasiada coincidencia. No dudé, irrumpí en su club de porquería matando a sus hombres con ayuda de algunos de los míos. Y aquí estaba, esperándolo impaciente para cortarle las bolas por haber osado poner sus asquerosas zarpas en mi cautiva.
Escuché el sonido incesante de mi móvil. Jodido aparato de mierda. Lo tomé, no miré quien llamaba.
—¿La encontraste? —Exclamó ansioso, molesto.
—Estoy en ello —espeté abrupto.
—No quiero más equivocaciones. Cometiste el error de confiarte, ¿qué mierda pasó contigo, ruso? —Increpó. Respiré profundamente, una, dos, tres veces.
—Voy a encontrarla, deja de recriminarme, no tengo tiempo para tu mierda, Sergey —vociferé y corté la llamada.
Reprimí el impulso de arrojar el aparato contra la pared y lo coloqué de nuevo en mi bolsillo. Observé la hora en mi reloj, pasaban de las 02:00 a.m.