Capítulo 38: Nunca te dejaré ir.

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Sasha

Como te lo hicieron a ti.

Esas palabras se grabaron con fuego en mi mente y no paraban de repetirse una y otra vez.

Jamás quise hacerle a alguien lo que me hicieron a mí, al menos no de manera consciente, suponía que la ausencia de remordimiento al emplear mi sadismo con todas esas personas que tuvieron la desgracia de interferir en mi camino, tenía mucho que decir.

Ayer, la ira me cegó cuando vi a Dominic aquí, desafiándome cuando le advertí que no volviera a acercarse, la burla y caso omiso a mi advertencia, me heló las venas e hizo arder mi sangre. Pero el detonante de todo fue el saber que ese bastardo la tocó. Puso sus asquerosas manos sobre esa piel de porcelana que me pertenecía.

Ella era mía, mi obsesión, mi posesión.

Una neblina espesa y agresiva puso todo en color rojo. No soporté pensarla en sus brazos de la misma manera de la que estuvo en los míos. Odié que se vanagloriara de ello, incluso cuando yo lo inicié.

Pero nadie lo entendería, no podrían comprender la magnitud de mi obsesión por Erin. La tenía aquí para hacer con ella lo que se me viniera en gana sin importar lo retorcido que pudiera llegar a ser.

Solo yo provocaría su dolor, solo yo la haría derramar lágrimas, solo yo le arrancaría sonrisas, solo yo la vería gemir de placer.

Nadie más. Joder.

Y sí, no tenía derecho a reclamar como un puto cavernícola cuando mi cuerpo no fue solo suyo, pero mi mente enferma no comprendía eso, los celos rabiaban con fuerza, desquiciándome en el acto.

Ella no se equivocó al asegurar que le causaría dolor solo por sentirme bien conmigo mismo. No pude refutarle y mentirle, jamás le mentiría, no importaban las circunstancias, no era un mentiroso y tampoco alimentaría falsas esperanzas en ese corazón noble y vulnerable. Ese que la incitaba a seguir preocupándose por el bastardo de Dominic a pesar de lo que dijo, la vi sollozando por su estado y suplicándome para que le perdonara la vida.

Detestaba su blando corazón tanto como me gustaba, porque era fácil de manipular, un poco de cariño y mirada de arrepentimiento y ella cedía de inmediato, conmovida. Quería que cambiara eso, que entendiera que el mundo no era de color de rosa y todos estábamos jodidos de alguna manera y nos aprovecharíamos de chicas como ella. Sin embargo, esa misma bondad era la que evitaba que me odiara, si no formara parte de su esencia, el resultado sería otro.

Y yo no quería su odio, por mucho que me esforzara en conseguirlo.

Una parte de mí anhelaba enamorarla, obligarla a que me quisiera para que nunca tuviera la intención de querer huir de mi lado, amarrarla para siempre y así continuar disfrutando de la calidez de su cuerpo y su esencia llena de luz.

Pero me di cuenta de que, mientras los días avanzaban y continuaba encerrada aquí, esa luz en sus ojos se apagaba.

Erin comía porque debía hacerlo, se duchaba por la misma razón, pero no salía de la habitación, evitaba hablarme, respondía solo en monosílabas, así que dejé de insistirle y le di una tregua mientras aliviaba los malestares de su periodo. El único al que ella le permitía acercarse, era a Carlos.

Sentía esa repulsiva espina de celos, pero no de la manera en la que estaba acostumbrado, si hubiera tenido algún indicio de que Carlos miraba a Erin de forma indebida, ya estaría con la garganta abierta y los intestinos en el suelo.

No. Carlos tenía una conexión intima con ella a un nivel paternal. La observaba como un padre ve a su hija, la cuidaba y protegía, atendía sus necesidades y se mantenía al pendiente de lo que necesitara en todo momento. Aún recordaba su rostro cuando me comunicó lo que sucedía, la urgencia en su voz y la desesperación en su mirada, jamás lo había visto así. Por lo regular, él era un hombre hermético, de una postura reservada e inescrutable, pero por primera vez mostró algo más allá de indiferencia.

Perverso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora