"Si se durmió llorando, que al despertar sonría..."-Delmira Agustini
Erin
La habitación donde me encontraba estaba oscura, la silueta de la luz atravesaba la gruesa rendija de la puerta que se mantenía cerrada. Era ancha, de metal, difícil de abrir; había gente del otro lado, lo sabía por las sombras moviéndose de tanto en tanto a través de la luz, oía sus pasos, mas no abrían.
Siendo franca, no tenía miedo, estuve en una situación similar más veces de las que debería, ser una cautiva o rehén ya no era cosa de asombrarse en mi vida, mucho menos me asustaba; me preguntaba a quien debía adjudicarle mi situación esta vez.
¿Se trataría de Gav? ¿O solo un enemigo de Sasha?
Sin duda, me inclinaba más a esto último, no sabía por qué, pero contaba con la seguridad de que Gav no me pondría en peligro, él no hubiera hecho un trabajo tan sucio, tampoco enviaría a un hombre por mí, vendría él mismo. Su intención no era lastimarme, al menos no de esta forma. Dios, ¿qué pensaba? Tal vez me equivocaba.
La incertidumbre me carcomía, la ansiedad de salir de aquí cuanto antes, se volvía una tortura. Mi preocupación era mi bebé, lo que sea que fueran a hacerme no sería agradable, y saber lo expuesto y vulnerable que se hallaba para ser dañado, me aterraba. Estos eran mis malditos miedos. Si se tratara solo de mí, la situación sería distinta, pero ya no importaba, me esforzaría por salir de aquí con vida y de hacer hasta lo imposible para que mi hijo saliera ileso.
Me levanté con cuidado del suelo, mis músculos protestaron, tenía un dolor palpitante en mis costillas y la parte posterior de mi cabeza, este último me provocaba mareos repentinos; me toqué y palpé la sangre acumulada entre las hebras de mi cabello y emití un quejido lastimero, el sangrado no paraba. Inhalé hondo y agradecí no llevar ni una sola atadura encima, por supuesto, quien sea que me trajo aquí, no me veía como un potencial peligro.
Recorrí la habitación en busca de algo que pudiera servirme y no encontré nada que no fuera humedad, suciedad y ratas, intentaba no pensar mucho en estas últimas, pero resultaba una tarea ardua cuando se movían entre mis pies.
De pronto, la puerta se abrió y la luz se movió de forma oblicua por la habitación asquerosa que era mi cárcel. Advertí dos figuras en el umbral, posteriormente entraron. Se trataba de dos sujetos de cuerpos enjutos y altura promedio; no los conocía, jamás los había visto, pero no tenían caras de ser personas amigables, había tatuajes en sus mejillas, nulo pelo en sus cabezas y miradas que rozaban lo lascivo.
Detrás de ellos ingresó alguien que conocía bastante bien. Los recuerdos de Korol' siendo herido se adhirieron a mi mente, transportándome a ese día donde este hombre intentó arrastrarme hacia Sergey.
—Vania —pronuncié muy despacio.
El sujeto me hacia pensar en Sergey momentáneamente, con su vestimenta oscura y su porte de Dios intocable que miraba a todos como si fueran insignificantes y estuvieran por debajo de él. Poseían esa misma repulsiva aura, sin embargo, la de Vania era menor a la de su maldito jefe que esperaba estuviera ardiendo en el infierno por toda la eternidad.
—Hola otra vez, Erin. Diría que es un gusto verte...
—Ay, por favor —interrumpí—, deja tu palabrería y dime lo que quieres —lo enfrenté—, si sabes lo que Sasha te hará, ¿verdad?
Estiró las solapas de su abrigo, amoldándolo a si figura esbelta mientras una sonrisa ladeada figura en sus labios.
—Sasha se creé intocable por haber eliminado a Sergey —la rabia plagada a su tono de voz, al parecer sí le dolía—, no tiene idea de la magnitud de este negocio. Su padre no tuvo debilidades y por eso lideró por tantos años. En cambio, Sasha —me miró de arriba abajo—, se ha hecho de muchas.