"El tiempo se lo lleva todo y al final solo queda oscuridad. A veces encontramos a otros en esa oscuridad y otras veces los perdemos en ella."
–Stephen King
Erin
Había pasado la mayor parte de mi vida creyendo que estaba sola.
En silencio, siempre anhelé tener un hogar, un papá, una mamá, un hermano quizá. Sumida en la soledad de esa enorme mansión, deseaba con todas mis fuerzas que se llevaran la riqueza que me rodeaba y me dieran lo que tanto añoraba con el corazón. Sufrí demasiado, cada día de mi vida desde que mamá se fue, solo conocí el dolor.
Creía que Dios o el destino, de alguna forma estaban resarciendo todo el sufrimiento que padecí, dándome a un hombre como Sasha, incluso con todo lo que representaba, contaba con la seguridad de que nadie nunca me amaría con la misma intensidad y fuerza con la que él lo hacía.
Y ahora tenía frente a mí a un hombre que decía ser mi padre, a un hombre que estuvo para mí cuando lo necesité, a pesar de las circunstancias, me protegió. Y yo, yo sentía esa conexión cada vez que lo miraba, cada vez que me sonreía y tocaba, percibía esa caricia paternal que jamás encontré en el sujeto que se hizo llamar mi padre.
—No llores —pidió en voz baja, limpiando de mis mejillas todo rastro de lágrimas.
—He perdido tanto, me he sentido tan sola toda mi vida.
—Ya no más, Erin —sonrió, la mirada acuosa y los sentimientos rebosantes en ella—, nos tienes a nosotros, tu madre y tu padre.
Sollozando, rodeé su cuello con mis brazos y lo estreché con solidez, obteniendo su agarre delicado a través de mi cuerpo y experimentando de nuevo esa sensación cálida y protectora que aparecía cuando lo tenía cerca. Al fin entendía de dónde venía y por qué me llenaba el pecho con calidez.
—Quiero verla —rogué—, llévame a verla.
—La traeré, ¿de acuerdo? —Me miró— Sé que no puedes hacer esfuerzos.
—Te lo dijo —hipé, limpiándome la cara.
—Sí —sonrió—, seré abuelo.
Reí y solté más lágrimas. Porque de pronto, mi hijo crecería rodeado de amor, con la presencia de un padre que lo amaba y lo protegía, incluso cuando aún no nacía, además de sus abuelos que estarían aquí para darle todo ese amor que a mí me faltó.
—Mi bebé tendrá una familia de verdad.
—Nos encargaremos de eso —besó mi frente—, mi pequeña niña, ya no llores más.
La puerta se abrió y mi hermoso ruso ingresó, la preocupación no abandonaba sus rasgos mientras se precipitaba hacia mí y mi padre se incorporaba para salir en silencio. Sasha me tomó de las mejillas, mis lagrimas mojaban sus dedos.
—¿Estás bien?
—Sí, lo estoy —toqué las lágrimas—, son de felicidad.
Elevó la comisura de sus labios, luego los deslizó a través de mis pómulos, probaba mi llanto, su cálido aliento me rozaba la piel y me estremecí por el toque y la razón enfermiza por la que recogía mis lágrimas.
—Son dulces —depositó un beso en mis labios—, como tú, muñequita.
—No entiendo por qué lo encuentro tan lindo, cuando es perturbador —susurré, arrancándole otra sonrisa.
—Tómalo de quien viene —recorrió el contorno de mi cara—, ¿de verdad estás bien? Son emociones fuertes y el bebé...
—Tu bebé está bien, yo lo estoy —lo tranquilicé—, tengo a mis padres, Sasha, están conmigo.