Sasha
Entré a la habitación y aún seguía dormida. Pasaba de medio día, ayer durmió temprano, así que las horas que llevaba en esa cama eran considerables. Mas no la despertaría, entendía que debía recuperar fuerzas, descansar su cuerpo para que sanara más rápido. Me senté en la silla, con los ojos fijos en ella, los codos descansaron sobre mis muslos y mi mentón en los nudillos de mis manos entrelazadas.
Erin movía el pecho de manera acompasada, recostada sobre su costado izquierdo, me daba la espalda; la camisa que llevaba encima se arremangó alrededor de su cintura, dejaba sus bragas al descubierto, así como sus piernas levemente cruzadas una encima de la otra con una vista perfecta de su trasero. Era una cosita delicada y frágil que me encantaba admirar. Algún tipo de fascinación tenía el verla mientras ella no se percataba de ello. Es como si invadiera su intimidad, siendo uno con ella, un intruso que seguía sus movimientos, al acecho.
El roce de su aliento y lo cálido de sus labios contra las cicatrices de mi espalda seguía bien presente en mí, aun lograba percibirlo, así como lo reconfortante que resultó. Cuando era ella quien me tocaba, mis barreras caían, me volvía vulnerable, y pese a que, el miedo y los traumas persistían por encima de todo, conseguía luchar y permitir que me sanara por el tiempo en que su boca me besaba.
Pude relajarme, cerré los ojos y me permití dormir mientras Erin besaba mis cicatrices.
No tuve miedo de su toque, pude sentirme libre al estar sin ropa de por medio en un ámbito que no tuvo que ver nada con lo sexual.
Ni siquiera fui consciente de cómo o cuando caí en un profundo sueño, solo sé que perduró más de lo que había conseguido durante varias noches. Todo gracias a ella. Y como si fuera una broma, soñé con ella, pero no como la veía ahora, sino siendo más jóvenes... otra vez.
Soñé que nos encontrábamos en casa de sus padres, Erin recostada sobre mi regazo, sonreía, se veía feliz y plena, hablaba de lo contenta que estaba por tenerme junto a ella y entretanto, yo le daba caricias en el cabello, escuchándola atento cuando comenzó a contarme sus sueños, lo que deseaba ser al crecer. Todo fue muy real, como si de verdad hubiera sucedido y el sueño se tratara solo de un recuerdo y era probable que lo fuera, si me basaba en la palabra de Carlos.
Negué. Si fuera un recuerdo estaría presente en mi memoria, pero allí no había nada que no fuera oscuridad, sangre y muerte.
—Debes detenerte —dije—. No puedes continuar así. Ella no debe significar nada para ti.
No podía perder el enfoque. Erin era la hija de Sergey y si yo interfería con mis estúpidos sentimentalismos, él la mataría, lo haría sin dudarlo porque no le importaba en lo más mínimo. Y yo sería incapaz de salvarla y después de todo, ¿querría hacerlo? ¿Valdría la pena siquiera?
Me incorporé, acercándome a ella. La miré desde arriba. Esa chiquilla era capaz de manejarme a su antojo cuando se le daba la gana. Debía centrarme, obviar lo que sucedía entre nosotros, lo que sentí y lo que fue. Esas noches en el baile, esos besos, esas caricias y su rostro inocente y preocupado, cuestionándome sobre mis heridas luciendo verdaderamente interesada y triste, mirándome con lastima, comprensiva. Joder. Odiaba eso de ella.
—Lo siento, muñequita —acaricié su mejilla y ella se removió despacio—, no puedo ser dueño de tu amor, pero sí de tu odio.