Erin
Lev me condujo a través de un pasillo que terminó en un alboroto de luces, música y personas más allá de un barandal de cristal que llevaba a un par de escaleras; una de ellas finalizaba en el tumulto de cuerpos que bailaban entre el humo el sudor, las otras acababan en una piscina solitaria repleta de agua cristalina y luces neón por debajo. Había poco movimiento del líquido, apenas lo suficiente para notarlo; parecía un sitio privado, franqueado por cristales que reflejaban las luces como preciosos destellos.
El ruso no me dio tiempo de ver más, tiró de mí hacia las personas; pensé que iba a ser un arduo trabajo salir de entre todos esos cuerpos apretándose al ritmo de la música, pero no fue así. Su presencia parecía ser notada por las personas, que al percatarse de que se trataba de él, abrían paso como si temieran tocarlo, se apartaban sin que Lev tuviera que pedirlo, así que en menos de lo esperado nos encontramos fuera del club.
Un auto negro nos esperaba y un hombre que me resultó muy familiar, mantenía la puerta trasera abierta para nosotros.
Me detuve un momento, solté a Lev y obvié el clima gélido contra mi desacostumbrado cuerpo; la nieve ligera caía suavemente y envolvió el rostro de aquel hombre en una especie de paisaje melancólico que me provocó una punzada en el pecho; lo observé fijo, consternada por esa mirada que fue una caricia del pasado gritándome con fuerza que volviera a él.
Achiqué los ojos, él no apartó los suyos, había dolor y tristeza, una profunda tristeza que me oprimió con más fuerza el pecho.
Apreté los párpados, busqué en mi memoria un indicio de lo que esto significaba y solo volví a encontrarme con la nada inmensa repleta de olas pesadas y asfixiantes que sofocaron el oxígeno de mi cerebro, provocándome dolor.
—Te conozco —dije segura. Él mostró un atisbo de sonrisa.
—Sube —espetó Lev.
El toque de sus dedos entintados derramó calor a través de mi cuerpo, sutil y poderoso al mismo tiempo; mi piel vibró donde él tocó y no vaciló en dirigir la caricia brusca y exigente hacia mi muñeca, tirando de mí hacia el interior angosto y con olor a piel.
Se deslizó dentro enseguida de mí. Lo miré mal por su manera de hacerme subir.
—No tienes que ser tan grosero, ¿sabes? Puedes conseguir cosas de la gente siendo amable. —Me miró.
—Supongo que no fuiste amable con tu padre, ¿no? De ser así no estarías huyendo.
Entorné los ojos, con deseos de golpearle su bonita cara, pero me contuve y en su lugar, me presioné más a la orilla, sin embargo, con él no parecía ser suficiente, abarcaba todo con su presencia arrebatadora y violenta.
Nos acomodamos con nuestros muslos rozándose, su mano tatuada casi tocaba la abertura de mi falda debido al estiramiento de mi abrigo hacia al centro, protegiéndome el pecho; yo por otro lado, mantuve mis manos cruzadas sobre mi regazo, nerviosa por la cercanía de este hombre tan abrumador, devastaba todo esbozo de valentía que había en mí.