Sasha
Tuve que pedirle que se fuera, porque si la tomaba, no la soltaría jamás y ella de verdad no quería eso.
El deseo que sentía por Erin no era normal, porque no solo quería arrancarle la ropa y enterrarme en ella hasta que me sintiera tan profundo, que jamás lo olvidara, sino que, me inquietaba la avidez que me producía cada vez que la tenía cerca. Sí, seguía provocándome para desnudarla, pero solo para poder estudiar cada centímetro de su piel y entender de dónde provenía esa chispa que la hacía especial.
Estuve rodeado de mujeres hermosas, más de las que cualquiera se pudiera imaginar, pero Erin era diferente, como si la hubieran diseñado solo para mí, para mis gustos, mis manos, mi cuerpo.
No podía follarme a la hija de Sergey, pero quería hacerlo.
Conocía los planes que existían para esa chica, como también recordaba mi posición en la Bratvá y lo mucho que jodería mi cabeza tener algo con ella. Debilidades y distracciones. Sin embargo, no lo controlaba, mis manos ansiaban sostenerla contra mí y me perturbaba tanto como me excitaba imaginar todo lo que quería hacerle.
Erin era dulce e inexperta.
Yo un sádico que quería follarla mientras cortaba su piel de porcelana.
Arraigué la oscuridad dentro de mí y seguí sus pasos con prudencia, observándola desde las sombras; se mantuvo en mi club, buscándome entre las personas, alerta, preocupada, sin disfrutar de la noche. Me alegré haberle arruinado el momento a Dominic. El cretino no volvió a dejarla sola y por su expresión, supe que no entendía lo que le pasaba a su protegida.
Deslicé el trago por mi garganta y repetí el proceso un par de veces más hasta que Erin se fue del club y entonces pude devolverme a mi oficina. Carlos estaba ahí en compañía de Ivar, un Brigadier del que yo estaba a cargo como mano derecha del Pakhan. Tomé asiento en mi silla y me puse a jugar con el filo plateado de mi navaja, pero atento a lo que Ivar tenía para decir.
—Su padre quiere que empleé el prototipo S1 en los insubordinados —comunicó con ese marcado acento ruso que desprendía no solo su voz, sino también los tatuajes en su cara, cabeza y manos.
Era un hombre tosco, de cabeza rapada y tatuada, de manos grandes que podían romperte el cuello apenas al cogerte con ellas.
Puso un maletín sobre mi escritorio, lo abrió y una hilera de ese maldito suero captó mi atención por breves segundos. Detestaba esa maldita droga y lo que te hacía, porque justamente la que me mostraba Ivar, fue diseñada para eliminar la voluntad de las personas. Es como si te pusieran un collar en el cuello y seguías a quien tiraba de la cadena; por ahora nadie más que la Mafia Roja empleaba ese tipo de dominio en los voyeviki y debía mantenerse así.
Esto era peligroso en manos equivocadas, consumía y destruía, en cuestión de minutos te volvías un soldado perfecto: solo obedeces y ejecutas. No tienes control de ti mismo, sigues ordenes sin replicar. Había visto hombres con el suero en sus sistemas mutilarse y tragarse su propia carne solo porque Sergey lo ordenó como castigo o pura sádica diversión. Tenía un control absoluto cuando el S1 hacia efecto.