Sasha
Desperté mucho antes que Erin, milagrosamente logré conciliar el sueño por seis horas seguidas, hacia mucho que no me sucedía, y quizá habría dormido más si no fuera por lo que soñé.
Todavía advertía el olor del día soleado en Nueva York, si cerraba los ojos veía el cielo azul y los árboles verdes, su pequeño cuerpo situado debajo de ellos, con un vestido de holanes y un listón agarrándole el pelo rojo.
No se trató de una pesadilla, más bien pareció un recuerdo que me provocó dolor en las sienes, como solía suceder cuando trataba de indagar en mi pasado. Sin embargo, por esta ocasión no necesité forzarme en entender de qué iba, conocía Central Park, estuve ahí hacia años, también conocía a la niña que se adueñó de mis sueños, era la misma que ahora dormía entre mis brazos, aferrada mi cuerpo con fuerza.
El sueño me dejó pensando y con una sensación de melancolía que advertí la primera vez que vi a Erin. Tenía la impresión de que sucedía algo indescifrable, de que existía algo que nos unía, que no fue coincidencia del destino que la encontrara y tampoco una locura lo que comenzaba a sentir por ella.
Aunque no descuidé mis negocios, no los tenía como prioridad desde que Erin estaba bajo mi techo. Me encargué de delegar y sabía que más temprano que tarde tendría a Sergey jodiéndome con ello. Pero no podía evitarlo.
Erin me llamaba, en todos los sentidos, estaba obsesionado con su sonrisa y la suavidad de su pelo, con sus lágrimas y su miedo. Tenía una enferma necesidad de azotarla y cortarla, y al mismo tiempo protegerla.
Anoche me puso tan furioso, que me cegué y solo quise saciar mi ira con el sadismo que me caracterizaba.
El miedo en su mirada despertaba al sádico que había en mi interior, convertía mi deseo por ella en algo más oscuro y violento.
Nunca podría decir que lo que sentía por ella era puro cuando me encargaba de contaminarla con solo poner mis manos sobre su piel. Era dócil al estar herida, y me complacía ejercer ese dominio, mantenerla sometida y asustada, pero también disfrutaba de su sonrisa, de sus bromas y sus celos.
Me colocaba dentro de una encrucijada y un revuelo de sentimientos absurdos e irracionales.
Sentimientos.
Joder. Hasta este momento por las únicas personas que sentía aprecio, eran mi hermana y mi sobrino, a quienes mantenía alejados de mí por obvias razones; de ahí en fuera no me preocupé por nadie más que no fuera yo mismo.
Y luego la conocí, la vi y quise poseerle y herirla, adorarla y arrastrarla a las sombras de mi sadismo para jugar con ella. Su placer era una dosis de satisfacción pura para mí. Erin tenía todo lo que necesitaba y el saberlo solo la ponía en más peligro.
Me levanté de la cama en contra de mi voluntad, ella se removió, murmuró algo y me dio la espalda; su trasero desnudo estaba levemente marcado con un color rojizo. Sonreí. Cuando la azoté, ella se mojó mucho, me sorprendió que fuera así.
No quise indagar en el porqué obtuve ese resultado, opté por creer que a Erin le gustaba el dolor, solo que aún no lo descubría del todo.
Siendo franco, era mejor verlo de esa manera, me enfermaba la idea de pensar en Dominic jugando con ella como yo lo hice. Por amor a todos los infiernos que lo cortaría en pedazos de una forma lenta y dolorosa. Esa era una promesa que me hice. Nunca debió tocarla.
Me incliné sobre la cama y hundí la nariz entre las hebras de su pelo, conservaba el olor a vainilla, era incapaz de saciarme por completo de su aroma.
Retrocedí cuando alguien llamó a la puerta, los golpes fueron suaves. No demoré en abrir, hacia poco me vestí, solo que la idea de volver a la cama con Erin se volvió tentadora, tanto que no me resistí y me deslicé como un intruso junto a ella.