Capítulo 3: El baile de las princesas con caballeros de armadura negra

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Este capítulo es mi favorito, comenten mucho, porfi

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Erin

Dieciséis de octubre, mi cumpleaños.

Hoy cumplía veinte años y debería ser un buen día, pero en su defecto, solo se trataba de una tortura de vestidos largos, luces tintineantes y música clásica. Sonreí. La música, sí, quizás eso podría ser lo mejor de la noche y lo único a lo que me iba a asir para no acabar muerta de aburrimiento con algunas copas de más y unos diamantes menos. Era una chica olvidadiza y que perdía cosas con facilidad, estudiante de arquitectura y con pasión por la música de piano y el ballet.

No había muchas cosas que tenían mi pasión, tampoco mi interés o cariño, solo mi carrera, Dominic y la muñeca de porcelana que mamá me regaló. Dentro de ella se escondían los pétalos desgastados de lo que fue una rosa azul. Nunca supe quien la puso ahí, pero la conservé conmigo como uno de los mayores tesoros que poseía.

—Traje tu antifaz —abordó Dominic. Era el único que entraba sin tocar a mi habitación.

Confiaba en Dominic ciegamente y no mentía, había un interés amoroso por él, aunque jamás me dio esperanza para nada, se limitaba a cuidarme y nada más. Recuerdo que una vez le robé un beso, se quedó como una estatua y no lo vi en lo que restaba del día. Al siguiente, hicimos como que nada pasó y esa fue una clara indirecta de que no le interesaba mi compañía como nada más que su protegida.

—¿Por qué antifaz? —Solté el aire y le di la espalda— Mi padre sigue empecinado en vivir en el pasado.

El tintineo de una risa y luego el antifaz en mi rostro, lo ató en la parte trasera de mi cabeza y me miró por encima de mi hombro a través del espejo. Iba vestido en un Saint Laurent negro, la camisa blanca y el cabello rebelde incapaz de quedarse quieto. Casi lanzaba un suspiro de colegiala enamorada. Lo que me atraía de Dominic no era solo su belleza, sino su alma bondadosa que protegía la mía. Me negué a sopesar la posibilidad de que me gustaba porque me servía.

—Te ves hermosa —tocó mis hombros desnudos con sus dedos cálidos de perfectas uñas cuadradas—, feliz cumpleaños, Erin.

Sonreí, la primera sonrisa sincera del día. Desde que supe lo de Scott y yo, nada me había hecho sonreír. Traté de seguir el consejo de Dominic y ser paciente, pero conociendo lo terca y testaruda que yo era en ocasiones, dudaba poder mantenerme quieta. Mi mente no paraba de trabajar en un plan para escabullirme de tal martirio. Y lo haría, con o sin ayuda, aún no sabía cómo, pero primero muerta antes de ser la señora Warren.

—Estás haciendo eso. —Elevé la comisura de mi boca hacia un lado.

—No sé de qué hablas. —Bajé la mirada a mis zapatillas de Dior.

—Tus ojos te delatan, eres fácil de leer y fracasas al mentir.

Una mueca surcó mis labios y me volví para enfrentarlo.

Perverso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora