Capítulo 31: Una vida de mierda.

43K 4.2K 1.5K
                                    

Espero leer muchos comentarios, amo hacerlo😘💙

Erin

El sonido del agua cayendo me hizo despertar. Emití un quejido de dolor cuando intenté sentarme sin cuidado sobre la cama. Respiré despacio, con toda la asiduidad del mundo logré incorporarme, mas me era imposible ponerme de pie, ya que unas esposas se cernían alrededor de mi muñeca derecha, estaban fijas a la cama. Tiré de ellas, no dio resultado. Sasha no volvería a dejarme sin ataduras, sería más cuidadoso conmigo y las posibilidades de escapar se reducían a cero.

Suspiré trayendo la resignación conmigo, convenciéndome de que ya no había más que hacer, le pertenecía a mi captor y sería así hasta que se aburriera o decidiera matarme.

Entonces, lo vi salir del baño, llevaba una toalla alrededor de su cintura, secaba su cabello rubio, este se veía oscuro por el agua que lo cubría y que despacio goteaba, esas gotas cristalinas le recorrían el torso y se deslizaban por el casi inexistente sendero de vello que iba desde su ombligo, hasta cierto lugar que no quería imaginar. Su cuerpo magro y musculoso, era como un orgasmo visual para mí.

—Buenos días —dijo, detuve las cavilaciones de mi mente y fijé mi atención en su cara.

A pesar de no encontrar ni una sola ojera bajo sus ojos, el cansancio se revelaba en ellos, sintiéndome atraída por su casi desnudez, descendí la mirada a través de su torso hasta llegar a su abdomen esculpido, me paré justo en el bulto sobresaliente bajo la toalla. Mi boca se secó y las mejillas me ardieron.

—¿Ves algo que te guste, cariño? —Inquirió. El enrojecimiento de mi rostro se intensificó al verme descubierta admirándole.

—Necesito las medicinas —dije suave. Me dio la espalda, buscaba ropa en un cajón.

—En un momento.

—Me duele —siseé. Nada le costaba pasarme las malditas pastillas que tenía frente a él—. Las tienes justo allí, créeme que no me es grato pedirte nada y lo haría yo misma si no me tuvieras esposada a la cama —añadí entre dientes.

—Espera a que me vista —replicó—, o bien podrías venir aquí y devolverme el favor de hace un rato —agregó, dejando caer la toalla al suelo, mostrándome su magnífica desnudez.

Mi boca se abrió, volvió a cerrarse e intenté inútilmente formular una palabra. Aparté la vista, mis mejillas se sentían muy calientes, y ese calor me atravesó el cuerpo entero acentuándose en un pulso tortuoso en mi entrepierna, ahí donde sus dedos me tocaron hasta hacerme gemir de placer. Maldita sea. ¿Por qué tenía que ser tan perfecto?

—Yo no te pedí que... —mi voz se detuvo. Efectuó una familiar sonrisa, lo miré a través del rabillo del ojo. El infeliz estaba disfrutando de esto.

—¿Qué cosa? —Cuestionó, burlándose de mí— Dilo si es que quieres las pastillas.

—Eres un infantil de mierda —escupí. Rio, se estaba vistiendo, al fin.

—Vamos, dilo con todas sus letras, di qué fue lo que hice para que te vinieras. —Presioné los labios, mis nudillos se pusieron blancos y ansiaban atestar un par de golpes que le borraran la sonrisa.

—¡Me masturbaste! —Alcé la voz, enardecida.

—Ah eso, ¿es tan difícil decirlo, muñequita? —Se mofó.

No respondí. Se sentó a mi lado sobre la cama, llevaba ya la ropa encima, unos vaqueros y una camisa de vestir oscura a la que le dobló las mangas hasta los codos, vaya combinación. No le quedaba mal. Me tendió las pastillas y un vaso de agua, cogí primero las pastillas de su mano y me las metí a la boca, acto seguido, bebí el agua. Me recosté de nuevo sobre la cama a la espera del efecto.

Perverso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora